EL PEQUEÑO SIMÓN - Obra teatral para niños


 

Autora: Nelly Villegas

 

PERSONAJES:

JULIÁN

ANTONIO JOSÉ

FRANCISCO

HIPÓLITA

SIMONCITO

SIMÓN RODRÍGUEZ

PÁJAROS

GUARIPETE

DON MIGUEL.

 

 

ESCENA I

(Al centro del escenario un teatrino recrea un parque. Entra Antonio José, viene elevando un papagayo).

ANTONIO JOSÉ: (Cantando). Quiero ser un papagayo, volador multicolor … (Entra el niño Francisco. Viene jugando perinola).

FRANCISCO: (Canta). En el país de los juegos pasó una gran maravilla, el sol y la luna fueron convertidos en dos niñas…

(Entra Julián. Trae un cuaderno).

JULIÁN: ¡Hola! ¿Ya hicieron la tarea?

FRANCISCO: ¿Cuál tarea?

JULIÁN: La de historia.

ANTONIO JOSÉ: Tranquilo Julián, ven a jugar con nosotros un ratico y después la hacemos.

FRANCISCO: Es facilita, yo vi la película el domingo con mi mamá.

JULIÁN: ¿Verdad?

ANTONIO JOSÉ: Claro, Julián, es finísima.

FRANCISCO: Es la historia de un robot que quiere ser humano porque se enamora de una mujer que era la nieta de su ama y…

JULIÁN: Amigos, no estoy para bromas, estoy realmente preocupado por la tarea.

FRANCISCO: ¡Nosotros también, Julián!

ANTONIO JOSÉ: ¡Preocupadísimos!

JULIÁN: ¡Se nota!

ANTONIO JOSÉ: Juega un ratico con nosotros y después nos vamos a hacer la tarea.  Si ya Francisco vio la película lo demás es fácil.

JULIÁN: Ustedes están confundidos.

ANTONIO JOSÉ: ¿Y por qué, Julián?

JULIÁN: Cuando la maestra dijo “investiguen sobre el bicentenario” se refería a Bolívar y la independencia de Venezuela.

FRANCISCO: ¿A Simón Bolívar?

JOSÉ FRANCISCO: ¿Estás seguro?

JULIÁN: Segurísimo.

FRANCISCO: ¡Que raya! Es que yo vi la película “El hombre bicentenario” y pensé que la maestra se refería a eso.

JULIÁN: ¡Qué vergüenza! Si estuvieran más pendientes de la clase que de mirar el reloj para ver si ya es hora de salir al recreo a jugar, se hubiesen dado cuenta de que no tiene nada que ver.

ANTONIO JOSÉ: ¿Y qué? ¿Es malo jugar en el recreo?

FRANCISCO: ¡¿Cómo va a ser malo jugar en el recreo?!

JULIÁN: Yo no he dicho eso. Lo que me preocupa es la poca atención que tienen por la clase de historia y por eso confunden una fecha tan importante, un hombre tan importante con una película de ficción que nada tiene que ver con lo que estamos hablando.

ANTONIO JOSÉ: No te molestes, Julián.

FRANCISCO: En parte tienes razón, sólo en parte…

ANTONIO JOSÉ: ¿Por qué mejor nos explicas y buscamos la manera de hacer la tarea juntos?

JULIÁN: Es lo más sensato que han dicho. ¡No sé por qué los soporto!

FRANCISCO: Porque somos tus amigos.

ANTONIO JOSÉ: Y te queremos como se quieren los amigos, ¡con todo!

JULIÁN: Sin alabanzas, por favor, vamos al grano.

FRANCISCO: ¿Cuál grano?

ANTONIO JOSÉ: ¡La tarea, sonso!

FRANCISCO: ¿La tarea también se llama grano?

JULIÁN: ¡Dios mío! ¡Ustedes me van a volver loco!

ANTONIO JOSÉ: ¡Al grano!

JULIÁN: ¡En fin! La tarea que tenemos que hacer es una investigación sobre el libertador Simón Bolívar y la independencia de Venezuela. ¿Comprenden ahora?

ANTONIO JOSÉ: ¡Más claro no canta un gallo!

FRANCISCO: ¡Qué emocionante!

ANTONIO JOSÉ: ¡Pero esa tarea es complicadísima!

FRANCISCO: Sera mejor que empecemos

JULIÁN: ¡Por fin nos estamos entendiendo!

FRANCISCO: ¿Y por dónde comenzamos?

JOSÉ ANTONIO: No sé, creo que…

JULIÁN: (Interrumpiendo). Vamos a preguntarle a mis hermanos que ya están en el bachillerato, ellos deben saber.

JOSÉ ANTONIO: Me parece bien. Vamos

(Sube la música del papagayo y salen).

 

                                                             ESCENA II

(Entran al escenario los tres niños. José Antonio y Francisco vienen jugando con una pelota).

JOSÉ ANTONIO: (En son de burla). Mis hermanos saben mucho de historia. ¡No, hombre, qué chasco! Mi abuelita sabía más, con eso te digo todo.

FRANCISCO: ¡Qué raya, Julián!

JULIÁN: Ya, dejen la burla. Yo pensé que sabían.

JOSÉ ANTONIO: Pero no sabían ni la “o” por lo redondo.

JULIÁN: Bueno, me equivoqué.

FRANCISCO: ¿Y ahora qué hacemos? Necesitamos ayuda.

JOSÉ ANTONIO: (Refiriéndose al público). Quizás ellos nos puedan ayudar. (Mirando al público). Esa señora parece conocer mucho de historia, y aquel señor también.

FRANCISCO: El que tenga la pelota en la mano es el historiador. (Previamente ha visualizado una persona del público y le tira la pelota) ¡Miren, aquí está, es este! (Lo toma por el brazo y lo lleva al escenario. Le pregunta el nombre). Y con ustedes nuestro historiador… (nombra a la persona), quien nos deleitará con un exquisito conversatorio sobre la independencia. (Esta parte se deja abierta a la improvisación. Si el seleccionado responde algo sobre la independencia se pedirá un aplauso para él, y si no, se le enviará a estudiar).

JOSÉ ANTONIO: (Si el señor responde bien): Tenemos que ver si lo que nos dijo nuestro historiador es verdad, así que continuemos con nuestra investigación.

JOSÉ ANTONIO: (Si el señor no responde). Creo que tenemos que ir a investigar a otra parte.

FRANCISCO: ¿A dónde?

JULIÁN: ¿A dónde va a ser? A la biblioteca.

FRANCISCO: Cierto. ¿Y por qué desde el principio no fuimos para allá?

JOSÉ ANTONIO: Porque Julián salió con la brillante idea de sus hermanitos.

JULIÁN: No perdamos más tiempo y vamos a la biblioteca. (Salen).

 

ESCENA III

(Se ilumina el teatrino. Fondo de biblioteca. Aparecen los tres niños Toman varios libros, los colocan y empiezan a hojearlos).

JULIÁN: ¡Miren cuántos libros hablan de El Libertador!

JOSÉ ANTONIO: Oigan que nombre tan largo tenía: Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios.

FRANCISCO: (Repitiendo). Simón Antonio José Trinidad Santísima Palacios de Bolívar.

JULIÁN: Lo estás diciendo al revés.

FRANCISCO: Es muy largo y se me traba la lengua.

JOSÉ ANTONIO: A ver, repite conmigo: Simón… José… Antonio...

FRANCISCO: (Repitiendo). Simón… José… Antonio… ¡que se lengua la

traba!

JOSÉ ANTONIO: (Dirigiéndose al público). Amigos, ¿me ayudan para que Francisco se aprenda el nombre del libertador? (Espera respuesta). A la cuenta de tres todos repiten conmigo el nombre del libertador. Atentos. Uno, dos y tres: Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios.

JOSÉ ANTONIO: ¿Ves qué fácil es, Francisco? Ahora repite a la cuenta de tres tú solo: uno, dos, tres.

FRANCISCO: (Lento, con miedo a equivocarse). Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios.

JOSÉ ANTONIO: ¿Ves cómo no se te lengua la traba? Digo, ves como no se te traba la lengua.

JULIÁN: Ya dejen ese trabalenguas y presten atención a esto que dice aquí.

FRANCISCO: Soy todo ojos, digo narices, digo oídos.

JULIÁN: Oigan: A los seis años de haber surgido Venezuela como nación, en la madrugada del 25 de julio de 1783 nace en Caracas el Bolívar niño, de nombre Simón José Antonio de La Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, hijo del coronel de las milicias de los valles de Aragua, don Juan Vicente Bolívar y Ponte, y una dama aristocrática de Caracas, descendiente de familia de músicos, de nombre María de la Concepción Palacios.

FRANCISCO: Aquí hay un error.

JOSÉ ANTONIO: ¿Y cuál es el error?

FRANCISCO: Que Bolívar nació el 24 de julio, no el 25.

JULIÁN: Vaya, vaya… cuánta sabiduría.

FRANCISCO: ¡Eso es para que veas, Julián, que yo también soy distorsionador! Digo historiador.

JOSÉ ANTONIO: Francisco tiene razón. Busca en otros libros a ver qué dicen.

(Suena música. Julián y José Antonio toman los libros y buscan).

JOSÉ ANTONIO: Aquí está la explicación, oigan. (Lee). En cuanto a la fecha del nacimiento de Bolívar siempre existió una controversia histórica, por cuanto los dolores de parto de María Concepción comenzaron en la mañana del 24 de julio y terminaron pasada la medianoche.

JULIÁN: (Asomándose, ayuda a leer a Julián). Por otra parte, durante mucho tiempo, en el resto del continente, se celebraba el 28 de octubre como la fecha del nacimiento de El Libertador, por cuanto es la fecha de su onomástico, o sea San Simón.

FRANCISCO: ¿Y eso será verdad?

JOSÉ ANTONIO: Yo no sé, eso es lo que dice el libro.

JULIÁN: Oigan, aquí dice: la fecha de su nacimiento queda definitivamente aclarada en una carta dirigida por Bolívar a su prima Fanny Du Villars y que luego ratificara en una conversación con su edecán Francisco O´Leary.

JOSÉ ANTONIO: ¿Y qué dice? Lee.

 JULIÁN: (Voz grabada en off): Nací el 25 de julio y mi abuelo materno, como alférez real que era, se comportaba como un viejo requeté godo y sumamente beato le insistía a mi padre que me colocara el nombre del santo del día, San Santiago. Ahí mismo mi padre, que no comulgaba mucho con la iglesia, me cambió la fecha de nacimiento para el día anterior, 24 de julio, para zafarse del nombre del santo. Ahí empezaron mis problemas con la familia Palacios y en cierto modo con la iglesia, pero me llamé Simón, como mi padre quería, y no Santiago, como deseaba mi abuelo materno”.

JOSÉ ANTONIO: Qué fino, el papá de Bolívar sí era astuto.

FRANCISCO: Pero dijo una mentira.

JOSÉ ANTONIO: No fue una mentira, fue una artimaña de padre para ponerle el nombre que él quería a su niño.

FRANCISCO: Pero miren toda la confusión que armó con eso de la fecha del nacimiento.

JOSÉ ANTONIO: Francisco, lo que pasa es que el papá de Bolívar no era adivino.

FRANCISCO: ¿Cómo que no era adivino?

JOSÉ ANTONIO: ¿Qué iba a saber él que su niño sería el libertador y que todo el mundo se iba a enterar?

FRANCISCO: ¿Y entonces?

JOSÉ ANTONIO: ¿Entonces qué?

FRANCISCO: ¿Qué día colocamos la bandera para conmemora el nacimiento, el 24 o el 25 de julio?

JULIÁN: Por supuesto que el 24. No vamos a ser nosotros quienes revelemos el secreto de don Juan Vicente Bolívar y Ponte.

JOSÉ ANTONIO: Miren qué imagen tan linda.

JULIÁN: Simoncito arrullado por su nana.

 

ESCENA IV

(Música de arrullo. Entra al escenario una muñeca al estilo marote que, manipulada por el actor y/o actriz, hará de Hipólita. Trae en sus brazos al niño Simón mientras se oye en off el siguiente texto):

-¡Qué lindo mi niño Simón,

tan pequeño y delicado,

con su pelito de indio

y sus ojos tornasolados!

Yo te arrullo, mi angelito,

bajo esta enorme luna,

mañana cuando seas hombre

no olvides mis cantos de cuna.

(Al finalizar sale del escenario. Se ilumina el teatrino y vemos a Simón perseguir un guaripete. Entra Hipólita).

HIPÓLITA: Deje ese animalito, Simoncito, y vamos para que se bañe, que a su mamá no le gusta verlo así, todo sucito.

SIMONCITO: Ya voy, negrita, que estoy jugando con mi amigo. (Sigue en el juego).

GUARIPETE: Sálvame, negrita, que este niño me tiene loco. ¡Por más que me escondo siempre me encuentra y me persigue por todo el patio! Ah... ah... ¡Socorro, que me atrapa!

SIMONCITO: Esta vez no te vas a escapar.

HIPÓLITA: Vamos, mi niño, ya deja ese animal. (Lo toma de la mano y lo va sacando). Ya es hora de la merienda y su papá ya va a llegar.

GUARIPETE: ¡Gracias, negrita, te debo una!

SIMONCITO: Mañana te atraparé.

GUARIPETE: Yo me mejor me voy para otra hacienda. Este carricito no me va a dejar tranquilo porque es muy porfiado. Mañana seguramente volverá a molestarme. (Sale).

 

ESCENA V

(Simoncito entra corriendo al escenario en un caballo de palo, portando una espada de madera).

SIMONCITO: ¡Arre, Palomo! ¡Corre, vuela, llévame al sol! (Suena canción “Caballito de palo”. Al finalizar, entra Hipólita en marote).

HIPÓLITA: ¿Con quién lucha esta vez, mi general Bolívar?

SIMONCITO: ¡Contra las tropas enemigas, negrita!

HIPÓLITA: ¡Fiel reflejo de su padre, mi niño! (Saca una espada y juega con el pequeño. Finalmente cae y él sobre ella. Ésta le hace cosquillas, el niño se levanta y prosigue con el juego).

HIPÓLITA: ¡Ya es hora de la merienda, mi general!

SIMONCITO: ¡Agárrame si puedes, negrita! (Corren por el escenario y finalmente lo agarra).

VOZ EN OFF: ¡Hipólita, venga pronto!

HIPÓLITA: Ya vengo, mijo, voy a ver para qué me están llamando.

(Suena música. Simoncito sigue jugando con su caballo y sus espadas por el escenario).

HIPÓLITA: (Entrando) ¡Venga pronto, mi niño!

SIMONCITO: Ahora no, estoy a punto de ganar la batalla.

HIPÓLITA: ¡Vamos, mi niño, su mamá lo llama!

SIMONCITO: ¿Qué pasa, negrita? ¿Por qué estás llorando?

HIPÓLITA: Es el general Bolívar.

SIMONCITO: ¿Qué pasa con mi papá?

HIPÓLITA: Necesita echarle la bendición. (Salen).

 

ESCENA VI

(Entran al escenario los tres niños).

JULIÁN: (Leyendo). El niño Simón sólo contaba con la edad de tres años cuando murió su padre.

JOSÉ ANTONIO: ¿Tan pequeñito era?

FRANCISCO: Pobrecito Simoncito.

JULIÁN: (Leyendo). El niño Simón creció bajo el afecto de su mamá, quien tomó las riendas de la casa y junto a sus abuelos y tíos se encargaron de que Simoncito no sintiera el vacío dejado por el padre.

FRANCISCO: ¿Y a Simoncito le gustarían los cuentos?

JOSÉ ANTONIO: Claro que le gustaban. Dime, ¿a qué niño no le gustan los cuentos?

JULIÁN: (Emocionado). Sí le gustaban. Aquí dice que Hipólita se los contaba. ¿Y a que no saben cuáles cuentos les contaba?

FRANCISCO: ¿Cuáles?

ESCENA VII

(Se ilumina el teatrino. Hipólita lee un cuento y Simón oye. A medida que Hipólita Cuenta, en el escenario los niños harán la representación)

HIPÓLITA: Cierto día tío Conejo fue invitado a una fiesta en el bosque. Tío Conejo, muy emocionado, se puso su mejor traje y se fue al bosque.

NARRADOR 1: Cuando iba pasando por el conuco de tío Tigre, vio unas enormes matas de zanahoria y dijo:

TÍO CONEJO: ¡Qué grandes y qué ricas deben estar esas zanahorias! ¡Con qué gusto me comería una!

HIPÓLITA: Y en menos tiempo del que aquí se cuenta, tío Conejo se quitó el chaleco y lo colocó en un árbol justo al lado de un avispero y se adentró en el conuco. Y de pronto, como salido de la nada, apareció tío Tigre.

TÍO TIGRE: Ajá, conejo bribón, ¡conque ladrón y comelón! Ya verás lo que hago con los ladrones de mi conuco. (Se inicia una persecución por el escenario hasta que finalmente tío Tigre lo toma por las orejas).

TÍO CONEJO: ¡Ayyyyyyy, mis orejitas, que me las arranca este tigre pintarrajeado!

TÍO TIGRE: ¡Esto es para que no andes de comelón, hurgando en mi plantación!

TÍO CONEJO: ¡Yo solo estaba tratando de plantar esta monedita mágica para que te hicieras tan rico como yo!

TÍO TIGRE: ¿Qué dices?

TÍO CONEJO: Lo que oyes. El otro día iba por el camino y me encontré una moneda mágica.

TÍO TIGRE: ¿Y cómo supiste que era mágica?

TÍO CONEJO: Porque al frotarla sonaba una canción que decía: “Conejito estrafalario, siémbrame y te haré millonario”. Entonces yo fui, la sembré, la regué y al momento empezó a crecer. La volví a regar y al momento de sus ramas empezaron a brotar monedas de oro que yo tomaba y guardaba en mi mochila. Si me sueltas te las regalo todas.

TÍO TIGRE: ¿Y cómo se que no me engañas?

HIPÓLITA: Y tío Conejo, señalando el avispero, le dijo.

TÍO CONEJO: ¿Ves aquella taparita que está allá junto a mi chaleco?

TÍO TIGRE: ¡Sí, la veo!

TÍO CONEJO: Acércate, pero con mucho cuidado. Cierra los ojos, cuentas hasta tres y le dices: Taparita, taparita, dame mi monedita.

HIPÓLITA: Tío Tigre soltó a tío Conejo, cerró los ojos y con la codicia que lo caracterizaba se lanzó a tomar las monedas. Inmediatamente se vio envuelto en un enjambre de furiosas abejas que lo devoraban.

TÍO TIGRE: ¡Ayyyyyyyyyyyyy, ayúdenme, quítenme estas abejas de encima!

HIPÓLITA: Tío Conejo tomó su chaleco y corrió a toda prisa y desde lo alto de la montaña lo contemplaba muerto de la risa mientras gritaba:

TÍO CONEJO: Tío Tigre sigue creyendo en cuentos de hadas, mañana por la mañana te traigo tu monedita encantada.

SIMÓN.: Tío Conejo era muy ingenioso.

HIPÓLITA: Y tío Tigre un gran ambicioso.

SIMÓN: Cuéntame otro.

HIPÓLITA: No, señor, ya llegó la hora de la merienda. Vamos, Simón, mañana te contaré otro cuento.

 

ESCENA VIII

(En el escenario, los tres niños).

FRANCISCO: ¿Y en esa época ya se contaban los cuentos de tío Tigre y tío Conejo?

JULIÁN: Bueno, eso dice aquí.

FRANCISCO: ¿Y qué juegos prefería Simoncito?

JOSÉ ANTONIO: Los que jugaban los niños de aquel entonces.

JULIÁN: Aquí dice: el palito mantequillero, la gallinita ciega, el escondite…

JOSÉ ANTONIO: ¿Y a qué no adivinan cuál era su juego preferido?

FRANCISCO: ¿Cuál?

(Teatrino. Aparece Simoncito jugando con soldaditos de plomo).

SIMONCITO: Ataquen al enemigo, mis valientes, vamos a combatir con todas sus fuerzas. ¡No retrocedan, adelante, adelante!

VOZ EN OFF: Simón, ¿dónde te has metido?

SIMONCITO: (Sin hacer caso). Así es, estamos ganando la batalla.

VOZ EN OFF: Simoncito, es hora de la merienda.

SIMONCITO: (Sin hacer caso). ¡No retrocedan, continúen peleando!

HIPÓLITA: (Entrando). ¡Mira, muchacho, ¿no oyes que te están llamando?! (Simón no quiere salir. Hipólita lo toma por una oreja y lo saca).

 

ESCENA IX

FRANCISCO: Esa negra era candela, consentía a Simoncito, pero también le daba su tatequieto.

JULIÁN: Es que Simoncito también era muy malcriado.

JOSÉ ANTONIO: (Siguiendo el tono de la lectura). Miren lo que dice aquí.

JULIÁN: ¿Qué?

JOSÉ ANTONIO: Debido al empeoramiento del estado de salud de María Concepción, ésta encarga a su padre la administración de los bienes y pone en manos del abogado don Miguel José Sanz el cuidado de su hijo Simón, que para ese entonces ya tenía siete años y era refunfuñón y rebelde.

JULIÁN: Sigue, que suena interesante.

JOSÉ ANTONIO: Se han dejado escritas muchas de las anécdotas que sucedieron durante la estancia de Simón en casa del licenciado Sanz, lo cual demuestra la precocidad de Bolívar niño.

JULIÁN: Deja de leer eso y busca la parte de las anécdotas.

JOSÉ ANTONIO: (Busca en el libro. Decrece la luz y se ilumina el teatrino).

ESCENA X

(Aparece una mesa, los niños sentados en las sillas y don Miguel José Sanz en un extremo. Todos hablan mientras comen).

DON MIGUEL: ¡Cállense ustedes! Cuando se come no se abre la boca.

(Los niños se intimidan y se callan mientras comen, menos Simón. Música para la acción de comer. Al terminar la música el tío observa que Simón no come).

DON MIGUEL: Simón, ¿por qué no come usted?

SIMÓN: Porque usted ha dicho que no abra la boca. (Los demás ríen).

DON MIGUEL: A sus habitaciones, Simón.

SIMÓN: Como mande, mi general. (Sale. Baja la luz).


ESCENA XI

(Suena música. Entran al escenario Don Miguel y el niño Simón. Don Miguel entra en un caballo, que ha de ser grande y elegante y Simón en un burrito pequeño. Cabalgan por el escenario, siempre Don Miguel adelante y Simón tratando de llevarle el paso. En un momento se igualan).

SIMÓN: (Tosiendo). Espéreme, don Miguel.

DON MIGUEL: No hay que agitarse de esa manera, además…

SIMÓN: ¿Además qué?

DON MIGUEL: Usted no será jamás hombre de a caballo.

SIMÓN: ¿Qué quiere decir “hombre de a caballo”?

DON MIGUEL: El hombre de a caballo es aquel que sabe montar y maneja bien un caballo.

SIMÓN: (Molesto). ¿Y cómo podré yo ser hombre de a caballo montando en un burro que sólo sirve para cargar leña? (Sale a todo galope).

DON MIGUEL: ¡Espera, muchachito! (Lo persigue por el escenario y finalmente salen).

                                      

ESCENA XII

(Suena música llanera. Volvemos al teatrino. Simoncito mira al horizonte).

HIPÓLITA: Ay, mi niño, qué regalo tan lindo le han traído para festejar su cumpleaños.

SIMONCITO: ¿Qué es, negra?

HIPÓLITA: Te vas a morir de la emoción, mi niño. (Se oye el relincho).

SIMONCITO: ¡Un caballo! ¡Un caballo de verdad! (Entra brioso el caballo y Simoncito, ansioso, lo monta. Suena música llanera).

I

La mañana era hermosa,

sol, polvo, llanuras y montañas,

San Mateo tiene vitalidad

de potro desbocado

y nuestro niño Simón

juega descalzo con los niños. 

II

El rio serpentea como música bravía

y el relincho de un caballo

pone agitación a la mañana.

Caballo de caminar brusco,

elegante y gallardo,

es el que trae

un niño negro de la mano.

III

Al ver al caballo venir

el  niño don Simón

lo contempla con emoción.

Sabe que la bestia,

con bridas firmes y cuero curtido

que trae el esclavo de la mano,

es su regalo de cumpleaños. 

IV

Caballo blanco y Bolívar niño

van el llano cruzando,

despertando con su galope

el espíritu libertario. 

HIPÓLITA: ¡Cuidado, Simón!

SIMÓN: ¡Ahora verán lo que es un hombre a caballo!

VOZ EN OFF: (Murmuraciones). Es demasiado hombre ese muchacho.

OTRA VOZ: (Murmuraciones). El difunto, que en paz descanse, debería estar aquí para ver esta mañana al patrón.

OTRA VOZ: (Murmuraciones). Llegará lejos.

JULIÁN: (En un extremo del escenario). Claro que llegará lejos, será nuestro libertador.

FRANCISCO: (Entrando). ¡Qué tremendo el niño don Simón!

JULIÁN: Como todos los niños, como tú o como yo.

FRANCISCO: Qué vanidoso, ya quisiéramos nosotros ser como él.

JULIÁN: (Sorprendido). La mamá murió cuando él apenas tenía nueve años.

FRANCISCO: ¿También se le murió la mamá?

JULIÁN: ¡Sí!

FRANCISCO: Pobrecito Simoncito, tan pequeñito y tan huerfanito.

JULIÁN: Sí, una tragedia

 (Decrece la luz. Se oyen unas campanadas y música sacra. Entran Hipólita y Simón, quien trae una flor blanca en la mano. Los dos niños contemplan la escena desde un lateral).

SIMONCITO: ¿A dónde van las almas muertas, negra?

HIPÓLITA: Vuelan hacia el cielo, niño.

SIMONCITO: ¿Y dónde está el cielo, negra?

HIPÓLITA: Allá en lo más alto.

SIMONCITO: ¿Y cómo será el cielo, negra?

HIPÓLITA: Ay, mi niño, yo no sé, pero dicen que allá todos somos iguales, no hay diferencias de color, ni amos, ni esclavos, sólo hay espacio para la paz y la justicia.

SIMONCITO: Negra, ¿sabes una cosa?

HIPÓLITA: ¿Qué?

SIMONCITO: A mí me gustaría que aquí fuera como en el cielo.

HIPÓLITA: ¿Y cómo es eso, mi niño?

SIMONCITO: Bueno, que todos fuéramos iguales, sin amos ni esclavos, así yo podría jugar con todos los niños sin que mis tíos se molesten.

HIPÓLITA: Ay, mi niño, dices unas cosas… (Salen).

 

ESCENA XIII

JULIÁN: (Inspirado). ¡Pero qué temple de personalidad tenía Simoncito!

FRANCISCO: ¿Por qué?

JULIÁN: ¡Con todo lo que le pasó! Primero se le muere el papá, después la mamá, y sin embargo desarrolló una personalidad tan visionaria que deslumbró al mundo. Fue como una intensa luz en la oscuridad de América y que aún brilla en el corazón de los bolivarianos.

FRANCISCO: Qué bonito eso que has dicho, José Antonio, y te salió del corazón.

JULIÁN: En el corazón, allí fue donde llevó siempre ese amor por la humanidad. Ya de niño asomaba en él su ideal de libertad…, y si no me crees, veamos esto.

(Teatrino. Se oyen cantos de pájaros. Aparecen unos pajaritos enjaulados. El canto de los pájaros se silencia lentamente. Entra Simoncito y los ve y empieza a jugar con ellos, pero no responden).

SIMONCITO: ¿Qué les pasa? ¿Por qué están tristes?

PÁJARO I: Extrañamos a nuestros hermanos.

PÁJARO II: Sí, aquí la vida es lenta y dolorosa.

PÁJARO I: Apenas si podemos mover nuestras alas y entre estas rejas nuestro canto no tiene sentido.

SIMONCITO: Pero sus cantos alegran la casa…

PÁJARO I: Niño Simón, nuestra casa está allá, junto a los arboles, el río, el horizonte abierto al roce con el viento.

PÁJARO II: ¿No ve, niño, que morimos por dentro?

SIMONCITO: No se preocupen, amigos, yo los liberaré. (Toma un elemento y comienza a abrir la jaula hasta que los libera).

PÁJAROS: ¡Libres…, libres!

PÁJAROS: ¡Gracias, Simón!

SIMONCITO: ¡Váyanse! ¡Vuelen, vuelvan al campo, vayan a alegrar las mañanas con sus cantos!

HIPÓLITA: (Entrando). ¿Qué haces, muchacho del carajo?

SIMONCITO: Les doy la libertad.

HIPÓLITA: ¡Que son los pájaros de Doña Concepción, muchacho!

SIMONCITO: Los pájaros no son de nadie, Hipólita.

HIPÓLITA: Son de Doña Concepción, y se va a molestar mucho cuando se entere que los dejaste escapar.

SIMONCITO: (Ríe). Míralos como mueven sus alitas, negra. ¡Qué lindos!

HIPÓLITA: Voy a ver si los puedo recuperar. ¡Este muchacho me va a matar de una molestia, caramba!

 

ESCENA XIV

FRANCISCO: (Ríe). No te digo yo, que Simón era travieso,

JULIÁN: Travieso, extrovertido y juguetón.

JOSÉ ANTONIO: Y muy inteligente, aunque rebelde.

JULIÁN: (Leyendo) Una rebeldía que supieron encaminar sus maestros.

FRANCISCO: Na’guará de maestros, ¡Andrés Bello y Simón Rodríguez!

JULIÁN: Con el primero conoció de la aritmética y la geografía.

FRANCISCO: Con el segundo conoció de la naturaleza, la amistad y la vida.

 

ESCENA XV

(Vamos al teatrino, entra Simoncito cantando),

SIMÓN: (Juega con unas frutas de papel). Qué grandes y duras están estas granadas, hasta parecen piedras. Provoca tirarlas (Juega con ellas y finalmente empieza a tirarlas al público). ¡Allá va una granada! ¡Allá va otra! ¡Granada para allá, granada para acá, granada para adelante, granada para atrás! (Se oyen efectos de vidrios rotos). ¿Oyeron eso? Parece que se rompió algo.

VOZ EN OFF: ¿Quien carajo rompió la ventana?

SIMÓN: Ay, mi madre, se rompió una ventana. ¡Estoy en problemas!

 VOZ EN OFF: ¡Ya voy a ver quién rompió la ventana y cuando lo encuentre le voy a dar un cocotazo!

SIMÓN: Yo mejor me escondo porque esa negra cuando se pone brava hay que tenerle miedo. (Pícaro, hablándole al público). Si Hipólita les pregunta algo ustedes no saben nada, ya saben. (Se esconde).

HIPÓLITA: (Entrando). ¿Quién habrá sido ese sinvergüenza que rompió la ventana con una granada? (Preguntando al público): ¿Ustedes saben quién fue? (Espera respuesta). ¿Seguro que no saben? (Espera respuesta). Pero si ustedes estaban ahí, ¿cómo no se dieron cuenta? (Pausa). Voy a averiguar quién fue y cuando lo agarre le voy a dar unos cocotazos. (Simón sale de su escondite y entra el maestro y lo sorprende).

MAESTRO: Hola, Simoncito, ¿qué haces allí escondido?

SIMÓN: No me escondía, maestro, solo estaba estudiando los insectos.

MAESTRO: ¿Y qué le pasa a Hipólita que anda alborotada?

SIMÓN: Parece que alguien rompió una ventana.

MAESTRO: ¿Y tú no viste quien fue?

SIMÓN: No, maestro, yo estaba muy entretenido con los insectos.

MAESTRO: Simón, hoy hablaremos del mar.

SIMÓN: Ah, el mar. Yo no conozco mucho sobre el mar.

MAESTRO: ¿Y te gustaría conocerlo?

SIMÓN:  Claro, maestro.

MAESTRO: Bien, iré a hablar con tu mamá para que te dé el permiso y mañana te llevaré a conocer el mar, así que espérame. A las cinco de la mañana pasaré buscándote. (Sale). Ahora voy a hablar con tu mamá.

SIMÓN: (Alegre, llama a la negra). Hipólita…

HIPÓLITA: ¿Qué pasa, mi niño?

SIMONCITO: Mañana conoceré el mar. Iré con el maestro.

HIPÓLITA: Qué bueno, mi niño, entonces te prepararé unas arepas de maíz pelado para que comas por allá, porque La Guaira está lejos.

FRANCISCO: (En el escenario, hablándole al títere). ¡Hipólita, Hipólita! Fue Simoncito el que rompió la ventana…

JOSÉ ANTONIO: ¿Qué haces?

FRANCISCO: ¿No ves? Llamo a Hipólita.

JOSÉ ANTONIO: Quédate tranquilo, que él aprenderá una lección. Mira.

(Teatrino. Decrece la luz, se oyen los cantos de gallos y los grillos sonar. Simón se pasea impaciente).

SIMÓN: Ya no debe tardar el maestro, (se pasea nervioso), ya debería estar aquí. (Música que indica transición de tiempo. Simón se queda dormido esperando.  Entra Hipólita y lo despierta). ¿Qué hora es, negra?

HIPÓLITA: Ya son las ocho, mijo.

SIMÓN: ¿Y el maestro no ha llegado?

HIPÓLITA: No, mi niño, es muy temprano para la clase.

SIMÓN: ¿No te acuerdas? Ayer te dije que iríamos hoy para La Guaira.

HIPÓLITA: Pues ya no será hoy porque para ir a La Guaira hay que irse cuando amanece, todavía oscurito el día.

SIMÓN: Mejor me voy a jugar. (Cuando se dispone a jugar entra el maestro). ¡Maestro! ¿Qué pasó? ¿Por qué no vino a buscarme?

MAESTRO: Te mentí.

SIMÓN: ¿Cómo? ¿Quéeee?

MAESTRO: Te dije una mentira.

SIMÓN: Y…y… ¿por qué?

MAESTRO: Quería que experimentaras el desconcierto que se siente cuando somos víctimas de una mentira.

SIMÓN: Es por lo de la ventana, ¿verdad?

MAESTRO: Si. Te vi cuando lanzaste la granada, y sin embargo le dijiste a Hipólita que no habías sido tú. En ese momento pudiste acarrearles problemas a otros. Y lo peor es que engañaste a Hipólita, que tanto amor y confianza ha depositado en ti.

SIMÓN: Discúlpeme, maestro.

MAESTRO: No, a quien le vas a pedir disculpas es a Hipólita. Y a ellos (refiriéndose al público) porque los hiciste sus cómplices.

SIMÓN: Está bien, maestro.

MAESTRO: Vamos, pide disculpas.

SIMONCITO: (Dirigiéndose al público). Perdónenme porque los obligué a mentirle a Hipólita, ¿Me perdonan? Gracias

MAESTRO: Ahora le dirás a Hipólita la verdad, y luego hablamos con tu mamá para que te dé el permiso para ir mañana a conocer el mar.

 

ESCENA XVI

(Volvemos al escenario).

FRANCISCO: ¡Qué broma tan buena le gastó el maestro a Simoncito!

JOSÉ ANTONIO: Y le enseñó por qué no se deben decir mentiras.

FRANCISCO: Y tiene toda la razón, la mentira no es amiga de nadie.

JOSÉ ANTONIO: Y finalmente lo llevo a conocer el mar.

(Teatrino. Rumor del mar. Simón y el maestro. Esta escena puede ser grabada).

SIMÓN: Gracias, maestro, por el paseo. Nunca había visto el mar. Lo soñaba sí, inmenso y limpio como la sabana.

MAESTRO: No me des las gracias, Simón, eso te lo ganaste por sufrir pacientemente y en carne propia mi broma para que supieras lo que se siente cuando se es víctima de una mentira.

SIMÓN: No me avergüence, maestro.

MAESTRO: ¿Qué te parece, Simoncito, si olvidamos ese incidente y disfrutamos del mar? (Aumenta el sonido del mar y se oye la sirena de un barco).

SIMÓN: ¡Mire, un barco! ¡Qué hermoso es, maestro!

MAESTRO: No es tan hermoso lo que viene dentro del barco, Simón.

SIMÓN: ¿Y qué es lo que trae el barco adentro, maestro?

MAESTRO: Esclavos…, hombres a quienes les quitaron la libertad para convertirlos en mercancía y mañana propiedad de este u otro mantuano adinerado.

SIMÓN: Si los pájaros no pertenecen a nadie sino a la naturaleza, los hombres tampoco deben pertenecer a nadie más que a sí mismos.

MAESTRO: Entra al mar, Simón, dejemos que el barco siga su rumbo.

(Música. Se oye el rumor del mar y voces en off).

VOZ DE SIMÓN: El agua está rica, ¿por qué no entra, maestro?

VOZ DEL MAESTRO: Tengo que dar una vueltecita por el puerto...

(Se ven gotas de agua que saltan).

VOZ DEL MAESTRO: Disfruta del mar, Simón.

 

ESCENA XVII

 (Desaparecen las voces y entran los niños al teatrino).

FRANCISCO: Yo quiero un maestro así, que me lleve a pasear y que sea mi amigo.

JOSÉ ANTONIO: Tendrían que cambiar muchas cosas.

FRANCISCO: Pues, que cambien.

JULIÁN: Tienes razón en lo que dices, Francisco. sería muy hermoso que nuestros maestros fuesen primero nuestros amigos.

FRANCISCO: Claro, así dejarían una huella más profunda en nosotros sus alumnos, como la que sembró Simón Rodríguez en su alumno Simoncito y que perduró en el tiempo.

JULIÁN: Fíjense, aquí dice: una vez que Simón tuvo que alejarse de su maestro para seguir su educación, siempre lo llevó consigo en sus recuerdos siendo ya un hombre de 21 años, y recién quedado viudo, pues la esposa de Simón murió muy joven.

JOSÉ ANTONIO: (Interrumpiendo). ¿Por qué la tragedia perseguía a nuestro héroe?  Imagínense, se casó y a los ocho meses se le murió la esposa.

FRANCISCO: ¿Cómo es que se llamaba su esposa?

JOSÉ ANTONIO: María Teresa del Toro, y fue su amor de juventud, porque el otro amor, ya como hombre muy maduro, fue su amada Manuelita Sáez.

JULIÁN: (Retomando). Cuando Simón tenía 21 años, ya viudo, se encontró en Europa con su maestro y juntos recorrieron algunas regiones de Italia.

JOSÉ ANTONIO: Qué emoción, allá estuvieron en el Monte Sacro, donde Simón hizo ese juramento tan bonito.

FRANCISCO: Sí, la maestra el otro día lo leyó.

JOSÉ ANTONIO: ¿Por qué no lo representamos?

FRANCISCO: Está bien, pero yo haré el papel de Bolívar.

JOSÉ ANTONIO: ¡No! ¡Yo hago de Bolívar!

JULIÁN: ¡Ninguno de los dos! ¡Yo haré de Bolívar! ¿No ven que soy el que más se le parece?

ESCENA  XVIII

(Suena música, los niños colocándose los vestuarios).

FRANCISCO: ¡Todo listo para la representación!

JOSÉ ANTONIO: Sí, señor director.

FRANCISCO: Empecemos.

FRANCISCO: (Narrando). Caía la tarde del 15 de agosto de 1805. Simón Bolívar emprendió uno de sus nostálgicos paseos con su maestro que lo condujo hasta el Monte Sacro en Roma.

JOSÉ ANTONIO: Que está en una de las siete colinas de Roma. Ya habían descansado un poco, y desde allí en lo alto podían admirar la serenidad de la tarde en la ciudad. Rodríguez y Bolívar se sentaron a descansar en unas grandes rocas.

JULIÁN: Sus miradas recorrían el amplio paisaje que se les ofrecía. Admirando aquel panorama, a Bolívar le vino el recuerdo del campo y el paisaje venezolanos, y pensando en los plebeyos conducidos por Licinio hasta aquel monte, recordó a su país, ansioso también de libertad, y en voz alta y frente a su maestro dijo:

(Julián toma la posición del maestro y Francisco se pone de rodillas diciendo el siguiente texto).

FRANCISCO: ¡Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por la patria que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!

JOSÉ ANTONIO: ¡Qué emoción!

JULIÁN: Lo más importante fue que cumplió con su palabra.

JOSÉ ANTONIO: No solo rompió las cadenas que oprimían a su patria Venezuela, sino también libertó a tres naciones más y fundó otra: Bolivia.

JULIÁN: Y su pensamiento de igualdad, justicia y libertad, hoy tantos años después, sigue más vivo que nunca. Murió el hombre, pero el ideal bolivariano cabalga nuevamente por América.

FRANCISCO: Me gustaría verle la cara a la maestra cuando le entreguemos la tarea.

JOSÉ ANTONIO: (Leyendo un libro). Oigan, miren lo que encontré aquí.

JULIÁN: ¿Qué?

JOSÉ ANTONIO: Una canción muy bonita dedicada a Bolívar.

JULIÁN: ¿Qué tal si la ensayamos para cantarla al final de la tarea?

JOSÉ ANTONIO: Me parece bien.

FRANCISCO: ¡Qué fino! Vamos a sacar diez en nuestra tarea sobre Bolívar y su juramento de lograr la independencia de nuestro país.

 (Suena música para el final de la obra).

VOZ EN OFF: ¡Bolívar despierta cada cien años cuando despierta el pueblo!

                                      

 

FIN


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AVENTURAS DE SIMONCITO

            Por Nelly Villegas


ESCENA I

(Hipólita, en un extremo del escenario, es iluminada por un haz de luz azul mientras lee una carta).

VOZ EN OFF: Cuzco, Perú, el 10 de julio de 1825: Mi querida hermana María Antonia, te mando una carta de mi madre Hipólita para que le des todo lo que ella quiere, para que hagas por ella como si fuera tu madre. Su leche ha alimentado mi vida y no he conocido otro padre más que ella…

HIPOLITA: (Al terminar de leer la carta). ¿Quién lo hubiera dicho? Mi niño Simón,  tan travieso y  correlón,  tan  rebelde y justiciero y a veces  querendón! (Ríe). Es que todavía me acuerdo clarito cuando corría por la hacienda, huyendo de ña Concepción cuando agarraba sus calenteras y le daba sus tatequietos, y yo detrás de ella tratando de tranquilízala. (Evocativa, con un personaje imaginario). ¡Ya, déjelo tranquilo, misia Concepción, no le pegue más! ¿Que Simón es muy maluco, dice usted? ¡Pues, déjelo maluco! ¿Que es muy grosero? ¡Pues, déjelo grosero! Déjelo tranquilo al niño, ña Concepción, que un niño que no es travieso o está enfermo o es bobalicón. ¿Que es muy malo mi niño, misia Concepción? Ah, cómo es de embustera. ¿Que le pega a los grandes, a los criados y hasta al patrón? (Rie). ¡Claro, por defender su razón! Pero mi niño no es malo, lo que pasa es que no aguanta las injusticias y defiende a los chiquitos, a los negritos y a los blanquitos contra todo grandulón. (Rie). Ya, déjelo quieto, misia. (Rie). Pues, claro que mi niño es malo. Mi niño Simón pelea, mi niño Simón es el diablo, Por eso quiero tanto a mi niño porque es pájaro libre que no lo detiene ni el viento ni el sol. (Saliendo de la evocación). Quién lo iba a decir que sería tan grande mi niño. Todavía puedo sentir sus dientes mordiendo mis pezones, su cuerpo pequeño entre mis manos, el vaivén de su cuerpo balanceándose con mi arrullo. (Suena canción de cuna. Desde lo alto del escenario, baja chinchorro donde Hipólita arrulla a Simón). Duérmase, mi niño, que tengo que hacer, lavar los pañales y hacer de comer…

.

¡Qué lindo mi niño Simón,

tan pequeño y delicado,

con su pelito de indio

y sus ojos tornasolados!

Yo te arrullo, mi angelito,

bajo esta enorme luna,

mañana cuando seas hombre

no olvides mis cantos de cuna.

 

(Al finalizar la canción sale del escenario. Se ilumina un teatrino y vemos a Simón perseguir a un animalito. Entra Hipólita).

HIPÓLITA: ¡Deje ese animalito, Simoncito! ¡Y vamos para que se bañe, que a su mamá no le gusta verlo así, todo sucito!

SIMONCITO: Ya voy, negrita, que estoy jugando con mi amigo. (Sigue en el juego).

GUARIPETE: Sálvame, negrita, que este niño me tiene loco. ¡Por más que me escondo siempre me encuentra y me persigue por todo el patio! ¡Ah... ah..., socorro, que me atrapa!

SIMONCITO: ¡Esta vez no te vas a escapar!

HIPÓLITA: ¡Vamos, mi niño, ya deja ese animal! (Lo toma de la mamo y lo va sacando). Ya es hora de la merienda y su papá ya va a llegar.

GUARIPETE: ¡Gracias, negrita, te debo una!

SIMONCITO: ¡Mañana te atraparé!

GUARIPETE: Yo mejor me voy para otra hacienda, este carricito no me va a dejar tranquilo porque es muy porfiado. Mañana seguramente volverá a molestarme. (Sale).

 

ESCENA II

(Simoncito entra corriendo al escenario en un caballo de palo, portando una espada de madera).

SIMONCITO: ¡Arre, Palomo, corre, vuela, llévame al sol! (Suena canción “Caballito de palo”).

HIPÓLITA: ¿Con quién lucha esta vez, mi general Bolívar?

SIMONCITO: ¡Contra las tropas enemigas, negrita!

HIPÓLITA: ¡Fiel reflejo de su padre, mi niño! (Saca una espada y juega con el pequeño. Finalmente cae y él sobre ella. Ésta le hace cosquillas, el niño se levanta y prosigue con el juego).

HIPÓLITA: ¡Ya es hora de la merienda, mi general!

SIMONCITO: ¡Agárrame si puedes, negrita! (Corren jugando por el escenario).

VOZ EN OFF: ¡Hipólita, venga pronto!

HIPÓLITA: Ya vengo, mijo, voy a ver para qué me están llamando.

(Suena música. Simoncito sigue jugando con su caballo y sus espadas por el escenario).

HIPÓLITA: (Entrando). ¡Venga pronto, mi niño!

SIMONCITO: ¡Ahora no, estoy a punto de ganar la batalla!

HIPÓLITA: ¡Vamos, mi niño, su mamá lo llama!

SIMONCITO: ¿Qué pasa, negrita? ¿Por qué estás llorando?

HIPÓLITA: ¡Es el general Bolívar!

SIMONCITO: ¿Qué pasa con mi papá?

HIPÓLITA: Necesita echarle la bendición a usted. (Salen).

 

ESCENA III

(Se ilumina nuevamente el haz de luz de Hipólita).

HIPÓLITA: (Evocativa). Ese día la hacienda se vistió de luto por la muerte del patrón. Mi niño era tan pequeñito, solo tenía tres añitos. Después de la muerte del patrón, doña Concepción quedó al mando de la hacienda, pero la tos que tenía era muy fuerte y dejó la hacienda al cuidado del padre de ella. Recuerdo que a mi niño lo dejó al cuidado del licenciado don Miguel José Sanz, que era muy amigo de la familia. Don Miguel se las vio negras porque mi niño era rebelde, indomable…

 

ESCENA IV

(Aparece una mesa, los niños sentados en las sillas y don Miguel José Sanz  en un extremo. Todos hablan mientras comen).

DON MIGUEL: Cállense ustedes. Cuando se come no se abre la boca.

(Los niños se intimidan y se callan mientras comen, menos Simón. Música para la acción de comer. Al terminar la música el tío observa que Simón no come).

DON MIGUEL: Simón, ¿por qué no come usted?

SIMÓN: Porque usted ha dicho que no abra la boca. (Los demás ríen)

DON MIGUEL: ¡A sus habitaciones, Simón!

SIMÓN: Como mande, mi general. (Sale. Baja la luz).


ESCENA V

(Suena música. Entran al escenario don Miguel y el niño Simón. Don Miguel entra en un caballo, que ha de ser grande y elegante y Simón en un burrito pequeño. Cabalgan por el escenario, siempre don Miguel adelante y Simón tratando de llevarle el paso. En un momento se igualan).

SIMÓN: (Tosiendo). Espéreme, don Miguel.

DON MIGUEL: No hay que agitarse de esa manera, además…

SIMÓN: ¿Además qué?

DON MIGUEL: Usted no será jamás hombre de a caballo.

SIMÓN: ¿Qué quiere decir “hombre de a caballo”?

DON MIGUEL: El hombre de a caballo es aquel que sabe montar y maneja bien un caballo.

SIMÓN: (Molesto). ¿Y cómo podré yo ser hombre de a caballo montando en un burro que sólo sirve para cargar leña? (Sale a todo galope).                                         

 

ESCENA VI

DON MIGUEL: ¡Espera, muchachito! (Lo persigue por el escenario y finalmente salen).

 (Suena música llanera. Volvemos al teatrino. Simoncito mira al horizonte).

HIPÓLITA: Ay, mi niño, qué regalo tan lindo le han traído para festejar su cumpleaños.

SIMONCITO: ¿Qué me trajeron, negra?

HIPÓLITA: Te vas a morir de la emoción, mi niño. (Se oye el relincho).

SIMONCITO: ¡Un caballo! ¡Un caballo de verdad! (Entra brioso el caballo y Simoncito ansioso lo monta. Suena música llanera).

 

ESCENA VII

HIPÓLITA: (Inspirada). ¡Pero qué temple de personalidad tenía Simoncito!  Y desde pequeño siempre llevó encima ese ideal de libertad. Si no me creen, vean esta travesura…

SIMONCITO: (Ante la jaula de los pájaros, hablando con ellos). ¿Qué les pasa? ¿Por qué están tristes?

PÁJARO I: Extrañamos a nuestros hermanos.

PÁJARO II: Sí, aquí la vida es lenta y dolorosa.

PÁJARO I: Apenas si podemos mover nuestras alas y entre estas rejas nuestro canto no tiene sentido.

SIMONCITO: Pero sus cantos alegran la casa…

PÁJARO I: Niño Simón, nuestra casa está allá, junto a los árboles, el río, el horizonte abierto al roce con el viento.

PÁJARO II: ¿No ve, niño, que morimos por dentro?

SIMONCITO: No se preocupen, amigos, yo los liberaré. (Toma un elemento y comienza a abrir la jaula hasta que los libera).

PÁJAROS: ¡Libres…, libres!

PÁJAROS: ¡Gracias, Simón!

SIMONCITO: ¡Váyanse! ¡Vuelen, vuelvan al campo, vayan a alegrar las mañanas con sus cantos!

HIPÓLITA: (Entrando). ¿Qué haces, muchacho del carajo?

SIMONCITO: Les doy la libertad.

HIPÓLITA: ¡Que son los pájaros de doña Concepción, muchacho!

SIMONCITO: Los pájaros no son de nadie, Hipólita.

HIPÓLITA: Son de doña Concepción, y se va a molestar mucho cuando se entere que los dejaste escapar.

SIMONCITO: (Ríe). Míralos como mueven sus alitas, negra. ¡Qué lindos!

HIPÓLITA: Voy a ver si los puedo recuperar. ¡Este muchacho me va a matar de una molestia, caramba!

ESCENA VIII

HIPÓLITA: (Ríe). ¡No te digo yo! ¡Ese Simón era travieso, extrovertido y juguetón! Y muy inteligente, aunque rebelde. Una rebeldía que supieron encaminar sus maestros, don Andrés Bello y Simón Rodríguez. Con el primero conoció de la aritmética y la geografía. Con el segundo conoció de la naturaleza, la amistad y la vida.

 (Vamos al teatrino, entra Simoncito cantando).

SIMÓN: (Juega con unas frutas de papel). ¡Qué grandes y duras están estas granadas! Hasta parecen piedras. Provoca tirarlas (Juega con ellas y finalmente empieza a tirarlas al público). Allá va una granada. Allá va otra. Granada para allá, granada para acá, granada para adelante, granada para atrás. (Se oyen efectos de vidrios rotos). ¿Oyeron eso? Parece que se rompió algo.

VOZ EN OFF: ¿Quién carajo rompió la ventana?

SIMÓN: ¡Ay, mi madre! ¡Rompí una ventana, estoy en problemas!

VOZ EN OFF: ¡Ya voy a ver quién rompió la ventana y cuando lo encuentre le voy a dar un cocotazo!

SIMÓN: Yo mejor me escondo porque esa negra cuando se pone brava hay ¡que tenerle miedo! (Pícaro, habla con el público): Si Hipólita les pregunta algo, ¡ustedes no saben nada! (Se esconde).

HIPÓLITA: (Entrando). ¿Quién habrá sido ese sinvergüenza que rompió la ventana con una granada? (Preguntándole al público). ¿Ustedes saben quién fue? (Espera respuesta). ¿Seguro que no saben? (Espera respuesta). ¡Pero si ustedes estaban ahí! ¿Cómo es que no se dieron cuenta? (Pausa). Voy averiguar quién fue, y cuando lo agarre le voy a dar unos cocotazos. (Simón sale de su escondite. En eso entra el maestro y lo sorprende).

MAESTRO: Hola, Simoncito, ¿qué haces allí escondido?

SIMÓN: No me escondía, maestro, estaba estudiando a los insectos.

MAESTRO: ¿Y qué le pasa a Hipólita, que anda alborotada?

SIMÓN: Parece que alguien rompió una ventana.

MAESTRO: ¿Y tú viste quién fue?

SIMÓN: No, maestro, yo estaba muy entretenido con los insectos.

MAESTRO: Simón, hoy hablaremos del mar.

SIMÓN: ¿El mar? No sé mucho sobre el mar.

MAESTRO: ¿Y te gustaría conocerlo?

SIMÓN: ¡Claro, maestro!

MAESTRO: Bien, iré a hablar con tu mamá para que te dé el permiso y mañana te llevaré a conocer el mar, así que espérame. A las cinco de la mañana pasaré buscándote. (Sale). Ahora mismo voy a hablar con tu mamá.

SIMÓN: (Alegre, llama a la negra). ¡Hipólita, Hipólita!

HIPÓLITA: ¿Qué pasa, mi niño?

SIMONCITO: Mañana conoceré el mar. Iré con el maestro...

HIPÓLITA: (En distanciamiento). Esa fue una enseñanza del maestro que yo no entendía muy bien. El maestro Simón Rodríguez tenía una manera muy particular de enseñar.

SIMÓN: Ya no debe tardar el maestro. (Se pasea nervioso). Ya debería estar aquí.(Música que indica transición de tiempo. Simón se queda dormido esperando. Entra Hipólita y lo despierta. El maestro se para frente a Simón). ¿Qué hora es, negra?

MAESTRO: Simón, te dije una mentira.

SIMÓN:¿Por qué?

MAESTRO: Quería que experimentaras el desconcierto que se experimenta cuando somos víctima de una mentira.

SIMÓN: ¿Es por lo que pasó con la ventana, verdad?

MAESTRO: Sí,  te vi cuando lanzaste la granada, y sin embargo le dijiste a Hipólita que no habías sido tú. En ese momento pudiste acarrearles serios problemas a otros. Y lo que es peor, engañaste a Hipólita, que tanto amor y confianza ha depositado en ti.

SIMÓN: Discúlpeme, maestro.

MAESTRO: No, a quien le vas a pedir disculpas es a Hipólita. Y a ellos (refiriéndose al público) porque los hiciste sus cómplices.

SIMÓN: Está bien maestro.

MAESTRO: Vamos, pide disculpas. (Simón le pide disculpas a Hipólita, quien le da unos cocotazos).

ESCENA IX

(Volvemos al escenario).

HIPÓLITA: ¡Qué broma tan buena le gasto el maestro a Simoncito! Así enseñaba el maestro. Recuerdo que él tenía una frase que repetía siempre: ”Ensayamos o erramos”. Y, bueno, finalmente lo llevó a conocer el mar. Esa fue una linda amistad la de Simoncito y el maestro, que lo moldeó porque esas ideas de libertad de mi niño germinaron allí, yo lo sé… Ellos se separaron cuando mi niño decidió irse al ejército a seguir los pasos de su padre el general Bolívar…Después mi niño se fue a Europa y allí mi loquito se enamoró y regreso con su esposa María Teresa Del Toro, que por cierto murió unos meses después, a los veintiún años. Así que Simón, recién quedado viudo, se encontró en Italia con su maestro…, y un día se acercaron hasta un sitio que denominado el Monte Sacro. Y allí mi muchacho hizo el juramento de que no descansaría su alma hasta ver a su país liberado del dominio del imperio español.  ¡Y cumplió con su palabra! Me lo imagino hermoso, yendo en sui caballo blanco al frente de sus soldados... ¡La libertad de nuestro país empezó con aquellos encendidos ideales de mi niño Simón!

EN OFF: ¡Galopa, Simón, galopa, vuela con tu caballo blanco, ve a libertar todos los corazones de América!

 

FIN


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