Por Nelly Amparo Villegas
Hace ya algún tiempo paseaba por el mundo
globalizado de internet y encontré un aforismo anónimo que
sorpresivamente me hizo un nudo en la garganta, sacándome las muy femeninas
lágrimas. Decía: “Somos las nietas de las brujas que los cristianos no
pudieron quemar”. Inmediatamente las manifestaciones en el cuerpo no se
hicieron esperar. Calor, ardor. Desfilo por dentro. Como ando en una de habitar
el cuerpo, con toda esa emocionalidad moviéndose, me permití una breve
exploración y no vacilé en preguntarle a mi cuerpo: ¿Por qué te pones así? ¿Qué
mensaje hay detrás de esta emoción tan particular? ¿Qué aprender de esta
emoción? El cuerpo respondió al momento, escribiendo, y parte de ello es lo que
en esta disertación les comparto.
Ciertamente, desde la infancia vengo
sintiendo resistencia por las palabras “bruja”, “hechicera”, “yerbatera”,
“maga”. En la adolescencia, cuando empecé a estudiar sobre la historia
universal, al pasearme por la Edad Media y conocer el martirio que significó
para algunas mujeres de esa época ser identificadas como brujas por cuenta de
la Santa Inquisición, empezó el dolor colectivo femenino a impregnarse en la
piel. Desde ese tiempo el dios castigador que se me había presentado en familia
comenzó a desboronarse, y el interés por entender todo este enredo que se formó
en mi cabeza acerca de Dios, no se hizo
esperar. Afortunadamente, son tiempos de luz y sé que siempre estaré a
salvo en mi cuerpo y todo lo que él pueda expresar, incluida la palabra, porque
obviamente a ninguna mujer cuerda le gustaría arder en una hoguera como pollo a
la broaster, como en aquellos días de oscuridad cuando las mujeres
fueron quemadas por tener talentos muy propios de nuestra naturaleza femenina.
Aunque, en honor a la
verdad, no soy tan cuerda como parezco. Digamos que llevo en mis adentros la
esencia de esa misteriosa locura femenina tan nuestra, que nos dan los nombres
más insólitos de brujas, hechiceras, magas. En el fondo es ese toque especial
irresistible que casi nadie entiende, el que nos lanza sin miedo a las
aventuras más sorprendentes, imprimiéndole a la vida la pasión de
las mujeres que se cultivan en el arte de vivir intensamente a cada
instante.
La mitología antigua cuenta que hubo un
tiempo cuando eran las brujas las que controlaban el sistema en algunos
lugares. Homero, el escritor griego, lo ilustra en la famosa narración “La
odisea”, cuando el héroe Ulises, perdido en el mar, llegó hasta las amazonas y
sus territorios, y la reina madre se enamoro de él y lo entretuvo por algún
tiempo con artimañas y hechizos hasta que él logró zafarse y huir para volver
al mar y continuar así el viaje de regreso a casa donde lo esperaba su amada
Penélope. En la mitología griega encontramos a la mujer diosa, aunque siempre
bajo el influjo del hombre dios. Y sustentándonos en Fernando
Rísquez, quien en su libro “Aproximación a la feminidad” expresa:
“Desde que el ser humano empezó a
poner sus reflexiones por escrito y a dejar constancia de la historia humana,
los que ejercieron el poder de expresar las imágenes en frases
lógicas y coherentes fueron los hombres y en las historias de las religiones y
de la mitología, son ellos los que hacen las observaciones sobre las mujeres y
sobre lo que éstas representan: la feminidad. De modo que la visión que se
tiene de la feminidad es esencialmente desde la razón y la lógica que son
elementos masculinos, se puede referir entonces que es una visión
(inclusive la mitológica e histórica) filtrada por la masculinidad, una visión
sofisticada, cristalizada y por lo tanto reducida por los hombres. Durante la
Edad Media hasta el Renacimiento, lo religioso era considerar que la mujer era
una tentación y el hombre el tentado. Lo femenino y la mujer, estaba en
conexión con Belcebú con lo diabólico. y para la iglesia católica el hombre
santo era el que se apartaba de las mujeres”. (Pág.18)
Diríamos que con este razonamiento es más
que evidente que las mujeres hemos sobrevivido. No quiero ni imaginarme el
miedo que debieron soportar las brujas de aquella época sintiendo esos perros
rabiosos mordiendo sus faldas, que con un razonamiento tan fútil como el de que
“la mujer es el demonio” fue más que suficiente para
llevarlas a la hoguera y salvar así a la humanidad de estos demonios de carne y
hueso. Y con esto de “para ser santo se tenían que apartar de las
mujeres”, se acentuó la separación, es decir: hombres en una fila y
mujeres en la otra, y tomen distancia. ¿Cómo no va existir en el imaginario
colectivo de la humanidad una guerra entre mujeres y hombres?
“Ya a mediados de siglo XIX aparecen las
primeras mujeres que asumen la feminidad de manera útil y no demoníaca. A
finales del siglo pasado y a principios de este, la mujer de obrera fabril o
indispensable objeto de consumo pasa a convertirse en un ser pensante y
comienza bien avanzado el siglo XX a hablar de lo que le pertenece, de la
feminidad”.
Y fue precisamente otro
hecho con candela de por medio para la historia de las féminas el que dio
origen al Día Internacional de la Mujer. Sucedió el 8 de marzo de 1908, cuando
murieron calcinadas 146 trabajadoras de la fábrica textil Cotton, en Nueva
York, en un incendio provocado por las bombas que les lanzaron ante la negativa
de éstas en abandonar el encierro mediante el cual protestaban por los bajos
salarios y las infames condiciones de trabajo que padecían. También se
reconoce como antecedente a las manifestaciones protagonizadas por obreras
textiles el 8 de marzo de 1957, también en Nueva York. Bueno, podríamos decir,
para no hacer el tema tan serio, que lo que pasa es que “a nosotras nos
encanta estar metidas en la candela. Y siendo más poéticas diremos que el
fuego es el elemento que nos designó la madre naturaleza a las mujeres en este
proceso purificador que, como parte de la humanidad, nos ha correspondido
vivir. Ciertamente, las mujeres a lo largo de la historia de la humanidad
hemos tenido que armarnos de valentía para sobrevivir con dignidad a este
sistema estructurado más desde los conflictos y las guerras que desde el amor y
la paz, y quizás una de las herramientas que nos funcionó desde tiempos remotos
fue transfigurarnos, adaptarnos, masculinizarnos y así, sin darnos cuenta,
fuimos perdiendo nuestra verdadera esencia de hechiceras-brujas
Caminamos ya por siglo XXI, con una vasta
tecnología que nos arrolla, nos empuja hacia un movimiento vertiginoso que nos
da impresión de no poder parar, un planeta con la naturaleza desbastada por la
más fiera ansiedad de poder por parte de los seres que lo conformamos, y como
si fuera poco, cargando con el imaginario de las predicciones apocalípticas del
final de los tiempos. Con todo este panorama pienso que el nuevo tiempo que
estamos transitando los seres humanos del planeta nos compromete a mujeres y
hombres por igual a buscar un enfoque más humano, sustentado en otros valores,
menos materiales y más espirituales. Así, este enfoque materialista occidental
nos ha formado a hombres y mujeres por igual para el éxito, la competitividad,
para ser alguien, para ser importantes, para ser buenos o buenas, mas no para
ser felices. Por esta vía la armonía, la belleza y el amor se han ido apartando
de nuestros desolados corazones en un afán de ser especiales. Pienso que
nos llegó el momento de revisar las formas que nos han sustentado hasta ahora,
y si al evaluarlas y aceptar las equivocaciones, nos damos cuenta que son otras
las formas que nos corresponden vivir para fluir con estos tiempos, asumamos
los cambios con responsabilidad y compromiso con la vida sin caer en
situaciones apocalípticas colectivas.
La mayoría de las mujeres (afortunadamente
otras ya no) aún cargamos sobre nuestras espaldas los modelos
familiares de las tatarabuelas, bisabuelas y abuelas que crecieron
en el reino patriarcal de la veneración al hombre, teniendo el dolor y sufrimiento
como un sistema de vida, soportando calladamente para mantener las
formas de familia que vienen rodando de generación en generación. Se
convirtieron en mujeres heroicas, que nunca se permitían debilidades delante de
los suyos, y menos las lagrimas, en mujeres que lo soportaban todo con dignidad
propia del ser la cabeza de la familia. Yo misma, desde mi historia personal,
he vivido lo que implican estos conceptos y creencias tan arraigados en nuestra
memoria y lo trabajoso que implica deshacerse de ellos, lo que implica despedazarse
y volverse a armar para poder sentir el latido del corazón.
Nuestra honra y respeto a todas las
mujeres que desde el inicio de los tiempos han tenido que cargar con el dolor y
el sufrimiento como forma de vida. Nuestra honra a las que fueron quemadas,
decapitadas, ultrajadas. Honra y respeto para todas nuestras abuelas,
bisabuelas, tatarabuelas. Sin ellas, sin su dolor y sufrimientos, sus
limitaciones y carencias, no hubiéramos podido llegar hasta este momento.
Gracias por la valentía de sostener la esencia de la vida para nosotras, más
sus nietas, sobrevivientes, estamos decidiendo perdonar, comprender, soltar e
incluir, llegando al reino donde todo pertenece. Y estamos aprendiendo que
nadie, excepto nosotras, nos puede hacer daño, si decidimos ser felices. A
riesgo de que nos llamen hechiceras, estamos aprendiendo a elegir los órdenes
del amor, aprendiendo a reconstruir nuestras historias con nuevos enfoques que
nos enrumben hacia la realización para caminar en belleza, armonía y equilibrio
con todos, incluidos los hombres. Una vez más, como ustedes lo hicieron en su
momento, elegimos por la vida, elegimos la paz, muy a pesar del fuego, de la
oscuridad y de las guerras. A mi modo de ver pienso que al pasar del
tiempo en nuestro país las mujeres hemos ido ganando terreno en los campos
político, social y cultural. Así la mujer madre que empezó a asumir el rol de
padre, viéndose obligada a masculinizare para mantener a su familia, ha
empezado a transmutarse, a empoderarse de su genuina esencia femenina dadora de
vida.
Actualmente en Sur América, y muy
particularmente en nuestro país, se viene levantando un movimiento femenino
variado y dinámico que involucra diversas tendencias, desde todo lo relativo a
la sinergia femenina nativa originaria, pasando por las constelaciones
sistémicas, psicoterapias, la música, la danza, la artesanía, narración oral,
etc., y se ve manifestado en movimiento como círculos de mujeres,
círculos de palabras, temaskales para mujeres, carpas rojas, festivales
femeninos, mujeres medicina, formación de mujeres dulas (parteras), formaciones
educativas, talleres, encuentros espirituales, tocando la temática femenina en
toda su profundidad. Distintas propuestas, pero todas enrumbadas hacia un
propósito: el despertar de la esencia femenina, de la bruja, la maga, la
hechicera, la sanadora que habita en cada mujer.
Quiero compartirle una historia que oí
hace poco y me encantó. Dice:
“Dentro de la mitología de la cosmovisión
andina se cuenta que en nuestro continente hubo un tiempo donde hombres y
mujeres convivían en armonía con la madre tierra, pues se reconocían como parte
de la naturaleza y sabían que en el gran espíritu que habita en el corazón de
cada uno los cobija como uno solo. Sabían también que al igual que el sol y la
luna el hombre y la mujer eran igual de importantes para el hogar, la comunidad
y la vida. El hombre era la fuerza, el que protegía y proveía a la mujer,
familia, comunidad. La mujer era el calor y progreso del hogar y de la
comunidad. Por eso hombres y mujeres se respetaban mutuamente. La mujer conocía
sus misterios porque sabía que al igual que la naturaleza era portadora de
vida, así que los cuidaba y los colocaba al servicio de su hogar y comunidad.
El hombre respetaba estos misterios porque eran su complemento. Cuando la mujer
llegaba a su último ciclo lunar (que así se le llamaba a la menstruación, Luna)
pasaba a formar parte del clan de las abuelas sabias. Ellas eran reconocidas
como las que poseían la sabiduría y el misterio de la vida. Y eran respetadas
por los hombres y mujeres de la tribu. Así que cuando la comunidad estaba en
problemas propios de la vida, las abuelas se reunían en medio de la noche y
alrededor del fuego, con danzan, cantos, y maracas conectaban con el gran
espíritu para que les diera las soluciones. Los hombres esperaban y cumplían al
pie de la letra lo que ellas transmitían. Cuenta también la mitología andina
que la mujer se dejó tentar por el poder que poseía y empezó hacer mal uso de
sus misterios, sometiendo al hombre bajo sus dominios y llevando a su comunidad
a enfrentamientos sin sentido. El gran espíritu, al darse cuenta, las hizo caer
en un profundo sueño y al despertar ya no se acordaban de nada. La sabiduría se
retiró de la mujer, hasta que algún día se hiciera merecedora de ella y la
recordara. Y así, la mujer perdió el respeto de los hombres y de la tribu y
allí se iniciaron las guerras entre hombres y mujeres por controlarse
mutuamente. Cuenta también que escrito quedó que llegaría un tiempo en que la
mujer reconocería su equivocación y recordaría sus misterios y así nuevamente
la madre naturaleza la aceptaría como su hija y portadora de la vida”.
Particularmente el pasado año me dediqué a
estudiar la esencia de los círculos de mujeres, y en su momento llegó a mis
manos un libro titulado “Las diosas de la mujer madura”, de la autora
Jean Shinoda Bolen, quien hace una reseña histórica de esta expresión femenina.
Luego empecé a seguir vía internet el intenso trabajo de la venezolana Samari
Luz, radicada en España, creadora de la Red Mujeres de Rubí, que se ha
extendido por varios lugares de Europa y Suramérica. Finalmente decidí asistir
a varios círculos de mujeres, con la curiosidad propia de una bruja,
así conocí el trabajo del Círculo de Mujeres Hijas de la Madre Tierra, dirigido
por la consteladora sistémica María Belén Prado Romero, y realizados en San
Juan de los Morros y Maracay, respectivamente. Asistí a la siembra del Círculo
de Mujeres, en Maturín, convocado por Mujer Agua de Luna, dirigido por la
mujer-medicina y dula Bárbara Ramírez y coordinado por Jendry Jaramillo. Y
finalmente al Encuentro Femenino en Amazonas, convocado por Mujer Agua de Luna
y asistido por la antropóloga Marielena Niño. Así también, y con otro enfoque,
referencialmente conozco el trabajo del Círculo de Mujeres que se realiza en
Lechería, en el estado Anzoátegui, en el Centro Holístico Shamagin, dirigido
por la consteladora Ana Cecilia Rodríguez.
Sé que a lo largo y ancho de nuestro país
existen muchas mujeres sensibles trabajando desde ésta y distintas propuestas
con esta finalidad. Conozco referencialmente el trabajo de Ana María Forero
como promotora de la vuelta al parto natural, desde la práctica ancestral de la
dula. En todas estas experiencias las palabras bruja, hechicera y maga
empezaron a danzar en mis oídos como una melodía que posibilitaba el encuentro
con mi propia danza, mi propio canto, mi propio misterio y mi presencia
interna. Así la resistencia fue cediendo, y si tenía algunas dudas sobre la
herencia mágica de nosotras las mujeres, allí quedaron disipadas. Hermosas
mujeres, jóvenes algunas, maduras otras, aportando con mística, disciplina y
amor (algunas junto a sus hombres y familia), comprometidas con lo
que hacen, empoderadas de su esencia, en comunión con la naturaleza y apostando
a un planeta Tierra más humano, más espiritual, conectadas con
la alegría, con la magia de la vida. En todas ellas reconozco a las
que ardieron en la hoguera y a las que lograron seguir, a las nietas
sobrevientes. Reconociéndolas me reconozco y me dispongo a disolver mi conexión
con el drama colectivo femenino con un imponente: ¡Ya está bueno de tanta
sufridera! Así que me quito el disfraz, la máscara de heroína, de
invulnerable, de la que aguanta lo inaguantable, de desvalida, y pobrecita yo, y
me entrego al sentirme, al encontrarme, al reírme, al jugarme, al amarme.
¡CONFIESO QUE SOY BRUJA, HECHICERA… ¿Y
QUÉ?
Que como todas nosotras vengo de muchas
vidas, viajando en el tiempo a través del ADN de mis ancestros. He sido
decapitada, quemada, de muchas maneras ultrajada, perseguida por el sistema,
pero he sobrevivido para ver llegar el momento, donde hombres y mujeres vuelvan
a ser uno con el universo. En un planeta que de marrón oscuro se trasmute
en verde como la esperanza, que jamás se pierde. Todo lo contrario, siempre se
levanta para seguir adelante con la certeza de que vale la pena seguir aunque
los golpes de la vida hayan dejado chichones de estos que mucho duelen.
Como soy hechicera de estos tiempos y hay
que volar más rápido para competir con internet, no tengo una escoba sino dos,
largas y robustas conformadas por músculos, tendones y huesos. Amo a mis
escobas- piernas, pues salen corriendo cada vez que quiero volar. A veces vuelo
por los aires, a veces voy por tierra, pero siempre respondiendo al llamado
para ir al encuentro de mis más disparatados sueños. Y como ya no quiero tener
nada oculto les descubro mi laboratorio brujeril, que no es otro que mi propio
cuerpo. Con él he comprobado lo que es ser experimento y experimentado. Se ha
trasmutado tantas veces como ha sido necesario. De célula pasó a feto, y como
por arte de magia en nueve meses ya era una hermosa beba. Luego fue una niña y
así en un dos por tres, adolescente, mujer, amante, madre... Este
laboratorio mío llamado cuerpo se ha trasmutado tanto hasta hacerme comprender
que la alquimia de la que hablan los maestros se encuentra en nuestro interior
y se produce cuando nos miramos por dentro. Allí nuestra presencia interna nos
espera con los brazos abiertos. Lo demás es ganancia, una ñapa, como dirían en
mi pueblo.
Ahora les comparto que soy una hechicera
libre… porque conocí los encierros, aprendí que los barrotes los construimos en
la mente, entonces entramos en la cárcel y de paso nos cerramos desde adentro.
La llave que nos abre para salir es el sentir, le sigue el palpitar del
corazón, acto seguido el horizonte abierto para volar al infinito, con los pies
sobre la tierra y los ojos bien abiertos… Ahora ya saben que también puedo volar… Les
cuento que no es un don de mi exclusividad, sino de todas las brujas por igual.
Solo basta cerrar los ojos y sentir la presencia divina que adentro siempre
está. Dejarse guiar es todo lo demás, obedecer, agradecer. Volar con pasión,
que es la maravillosa inspiración. Volar y hacer realidad los sueños, sacarlos
de la mente y traerlos a la realidad porque la varita mágica de nosotras las
magas siempre ha de ser la acción seguida de la voluntad.
Y para terminar mi confesión les digo que
no soy cualquier bruja, no señor, soy del clan de las hechiceras blancas. Mi
maestra guía fue Carmen Rosa, mi señora madre, que es de las
magas súper luminosas. Es preciso que sepan que no siempre fue así, que
hubo un tiempo en el que también fui una mujer negra muy oscura. No recuerdo
cuando ni por qué me puse el vestido negro del miedo y de la ira. Ha de
ser cuando fui niña que decidí cubrir mi corazón con una coraza de
insensibilidad para no asimilar todo aquello que veía, mas no lo comprendía.
Me acostumbré entonces a
caminar a tientas, sin hacer ruido, para que casi nadie me viera, pero a pisar
muy firme para no caerme y evitar que de mí nadie se riera nunca más. Y así,
entre truenos y tormentas, seguía siempre adelante, hasta que prometí no
detenerme para llegar a aquello que me propusiera, creyéndome invencible,
invulnerable, imbatible, sin darme cuenta de que me convertiría en una mujer
impenetrable, a quienes muchos admiraban pero a quien ni ella misma conocía. Al
sentirme especial empecé a sentirme atacada por todo y por nada. Al llegar a la
cumbre de mi especialidad sentía que ya no podía más. Empecé a utilizar todo en
mi contra, creyendo que de afuera todo provenía, hasta que quedé por mi
misma desvalida y le entregué el mando a mis adversarios más temidos: el
miedo, la confusión, la duda, la negatividad, la falta de fe y la ira.
Entonces tomaron la ventaja y me redujeron
a la más mínima expresión. Sentí la pequeñez, la falta de valía. Ya había
dejado de soñar, y había utilizado el autosabotaje como arma letal para
autocompadecerme y derrumbar lo que había construido pasito a pasito como las
hormiguitas, porque estaba convencida de que las brujas tenían que aguantarlo
todo, pues para eso son súper heroínas. En una noche muy oscura y fría me
quedé desnuda, más sola que la una, y en el silencio vi venir una tremenda
sombra que hasta mi propio rostro poseía. Me preparé para el combate, pues
siendo la bruja que era no pensaría esa gigantesca y deformada sombra que yo me
entregaría fácilmente a ella.
Empecé una feroz lucha contra mi peor
sombra enemiga que, que al cabo de mucho tiempo, cuando casi en sus manos muero
de asfixia, resultó que era yo misma. Claro, ante semejante descubrimiento casi
muero enseguida. Me detuve súbitamente y todo cayó y se me hizo pedazos la vida
mientras, derrumbada en el suelo, no lo creía. Para salir de los escombros tuve
que aquietarme. Sin tener para donde ir, empecé a observar la sombra, a
estudiarla, conocerla, comprenderla, respetarla, aceptarla y amarla. Empezó
entonces la más sutil ironía. Allí, en el más puro silencio, logré
escucharla, callarla a ella y a la muchedumbre que la acompañaba. Callar el
ruido que producían para desenmarañar la tela de araña, la confusión que me
cubría, y fue así como después de iluminarla logré oír la otra voz, la que es
suave, dulce, no condena nunca y siempre está ahí esperando para amarnos y
darnos su guía. Sentí su tierno abrazo, su amor calentando nuevamente mi
cuerpo, y en ese tierno abrazo de mi padre-madre recordé con esa memoria que
nunca olvida.
Me di cuenta de que yo era todas: mujer
blanca, negra, bruja, maga, hechicera, mujer luz, y que todas me pertenecían.
Les pedí perdón por mi error y por la guerra que con ellas sostenía desde la
infancia. Caí ante sus pies y lloré de gozo ante su presencia rendida. Tomé de
cada una lo que con dolor y amor me ofrecían, así llegó la paz, la más pura
esencia, que es la divinidad misma. Me levanté fortalecida y emprendí el
rumbo de regreso a reconstruirme, siguiendo el caminando con la vida. Tomé los
poderes más valiosos con los que cuenta una hechicera maga y bruja, que no son
otros que creer en ella misma, acompañados de disciplina, constancia,
consciencia en la elección, propósitos claros de vida, acción, honestidad,
amor, coraje y valentía.
Qué cosa más loca esta, que de tan
sencilla nos complica la vida. Le juro que con solo abrazarme pasé a sentir
algo que antes no tuve. Empecé de nuevo a danzar, con ritmo o sin ritmo, no
importa, por el puro gozo de sentir la vibración que me da la melodía. Comencé
a cantar, a reírme, a contarme una historia que ante mis ojos se
reconstruía. Ya no quiero ser la salvadora del mundo, ni ser la cuatro por
cuatro, la que todo controlaba y resolvía. Me conformo con el arte de
transformar un poco esta alma mía. Ya no quiero sonreírle a todos para que me
acepten y aprueben, no, ya basta de hipocresías, ahora solo quiero ser yo
misma. Con mis sombras y mis luces, mis corduras y locuras, un día serena
mirando al sol y al siguiente llorando desequilibrada en la noche con la luna.
Por eso aunque con ello haga ruido dejaré
salir mi estruendosa risa, porque una mujer amargada no es bruja, no, una
hechicera se conoce por la risa. La felicidad viene de adentro, como una
actitud para celebrar este regalo que es el día a día. Por eso hoy me declaro
una sobreviviente más, una bruja-hechicera feliz…, una maga, ¡una mujer
sencillamente viva!
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