Por Nelly Amparo Villegas
MEMORIA MÍA
Salta,
imagen, proyéctate en mi piel,
dibuja
recuerdos, cicatrices deja.
¡Oh,
memoria mía! Evadirte no quiero.
Retiro
la costra, carne viva, el corazón.
Desnuda
quedo a tu merced…
LA NOCHE
Es
la noche una grieta…
La
memoria como antorcha arde.
Espantos,
fantasmas, espíritus,
vuelen,
retornen cual caminos ciegos,
devuélvanse
en el tiempo.
Aquí
estoy, arropada en delirio,
ahogada
por este manto negro.
LADRONES DE SOMBRAS
Como
ladrones de sombras llegamos.
Hacían
eco las campanas a lo lejos,
impregnado
el pueblo de letanía y rosario.
Amanece.
Partimos, huyendo...,
siempre
huyendo, envueltos en este
halo
de misterio.
Nos
empuja pueblo abajo la tarde.
Los
pasos son ligeros,
contra
la noche es la carrera;
ya
viene tragando todo pedazo de luz,
imponiendo su largo reino de miedo.
Transitamos
la mitad de la noche,
asoma
cementerio su ojo.
La
percepción se agudiza,
somos
médiums
recibiendo
un mundo encantado
de infantiles
espantos…
LA ABUELA
La
abuela era cocinera de angustias.
Remolinos,
tempestades, amansados eran
al
entrar a su cocina de fuego. ¡Qué infortunio!
Ella
murió antes de yo nacer,
heredera
soy de su sombra.
¿Su
receta preferida? Una pizca de silencio,
dos
gotas de amargura, sazonado a fuego lento
el
dolor de sentir el hielo en suelo extraño.
LA CASA EN SILENCIO
Retumba
el silencio en la casa,
mudez
incandescente del exilio.
Es
un cuerpo que lucha por estar ahí,
a la
vez distante, huracán,
mar
embravecido, desapareciendo
en
el bullicio de puertas, rejas, ventanas, bloques,
paredes
levantadas por manos expatriadas
que
claman el regreso a verdes campos,
azules
ciudades, a los amarillentos días de fuego.
EXPATRIADOS
Llegan
de todas partes los desplazados,
pasan
las fronteras despojados de espíritu;,
traen
maletas envueltas en sangre,
guerras que nunca a nadie declararon,
que no les pertenecen.
Heridas traen, cicatrices traen.
Sus muertos sepultados
en lo profundo de sus almas.
Rencores, amores.
Han llegado a enterrar la memoria,
en este pedacito de tierra no prometida y siempre
ajena.
Casas de sombras construyen…
Los hijos en suelos lejanos nacen,
parias,
siempre parias, exilados, exilados,
no hay historia… Nada son, nada.
EL RETRATO DEL ABUELO
El
retrato en sepia abrió hoy una hendidura.
Transparente
la silueta del abuelo;
yo
detrás, como verdugo,
declarando
la casa el dominio del miedo,
guardián
enmohecido de recuerdos.
AROMA
Aroma
imperceptible, extraño;
envueltos
en él los trajes cuelgan de las cercas.
Ella,
ensimismada, lejana,
sus
dedos son largas tijeras,
amarga
rutina para cortar telas.
¡Aire
ligero cual vuelo de pájaros que pasa liviano!
Parte
la piedra, descose el alma,
sustituye
su alambre de púas.
Siembra
un jardín para aliviar con rosas
su
expatriado corazón
LOS ABUELOS
¡Cuánto
quise conocer a los abuelos!
Hoy
mi padre me regaló acuarelas
para
que les pintara rostro,
calzó
mis pies con sus zapatos,
abrió
un camino para que fuese al encuentro
de
aquellos viejos con cuyos rostros en la casa
jamás
mis ojos toparon.
NOCHE DE NIEBLA
La
niebla abraza la noche,
el
frió congela el alma.
Un
niño, apenas que gime.
La
maleta aprisiona sueños.
El
camino solitario
habitado
por infaltables sombras
¡Otra vez la partida!
La
noche arropa las sombras,
el
miedo se acurruca en mis faldas.
Este
sentirme acorralada,
este
dolor que ahoga es la noche,
profunda,
cavando el vacío
que
yace entre los muertos.
Al
amanecer seré valiente,
habrá
otro sol, otro soplo de amor.
Mis
ojos navegarán
en
insomnios sombríos
engendrados
en los siglos
de
mis noches.
VÉRTIGO
Hay
vértigo en mi piel
ante
la brutal caída.
La
rueda gira descontrolada,
tómame
en tus brazos,
no
me lances al vacío,
me
han arrancado los ojos.
PUEBLO MÍO
Siempre
quise tener un pueblo que fuera mío,
pero nunca me atreví.
Entonces me inventé aquel,
el que tú me regalaste esa noche,
¿te acuerdas?,
vestido de blanco, cubierto de mortajas,
envuelto en una flor.
Amé profundamente sus tejados,
el agua turbulenta de sus ríos.
Amé hasta el cansancio
aquellas serenatas,
las guitarras llorando amores perdidos,
los burros cargando pan hacia los páramos,
las historias extraordinarias
que bajaban bailando de los cerros.
El adobe que como un dios brotaba del charco,
uno a uno, dando forma a las casas coloniales.
El viejo “muñeca” que, masticando chimó,
los fabricaba, y que un día murió
creyendo que tal como sus ladrillos
él se convertiría en barro.
Adelaida, la novia, vestida con su velo blanco
una noche antes del casamiento.
Adelaida, la loca,
buscando el himen perdido,
río abajo, confundida con las piedras y el lodo.
Lo amé, lo amé hasta el día
de la crecida del río, la que arrasó todo,
la que no tuvo piedad con nada.
Hasta la memoria de los hombres
quedó sepultada.
Con las últimas lloviznas me alejé,
no tuve valor para voltear
a verlo por última vez.
Será por eso que cuando despierto
en algunas madrugadas,
embriagada de insomnio,
sus pájaros mañaneros hacen nidos en mí.
Veo correr las piedras del camino
y el olor a pan se instala en mi centro.
Por si acaso, en esas madrugadas
quiero salvarlo del olvido de los años
y enlazarlo eternamente a mis recuerdos,
para garantizar que ese pueblo mío
repose conmigo,
aun después de mi último sueño.
Una calle que sube, otra que baja,
así es uno de mis pueblos,
quizás el que siento más mío.
Su neblina se disipó un día…,
emprendí vuelo.
Sobre los tejados rojos quedaron los recuerdos.
Algún día iré a buscarlos.
Cuando llegue el día del inventario
lo primero que entrará en el recuento
será la neblina que sube y baja
serpenteando sobre la únicas
dos calles de mi pueblo.
HUELE A PARRANDA
¡Aclaró!
Salta el día, se pinta de negro.
Huele
a parranda.
Los sanbeniteros
se alinean de tres en tres,
atuendos,
tambores nuevos lucen,
todo
es jolgorio, algarabía.
Día
es de lujuria, muerte.
El
santo negro pide ron, sangre,
los
devotos elevan plegarias en un río de licor.
Ofrecen
vidas para teñir de rojo las calles,
expiar
así las tantas culpas,
las
propias, las ajenas,
las recientes,
las ancestrales…
ESPERANDO
Desde
niña te espero
con
el viejo cuaderno entre las manos.
Interminable
vigilia.
Hoy,
vencida por el sueño,
sin
tiempo para pensar en ti,
vienes,
me rozas.
No
hay peor tentación que ésta tu propuesta,
agregas
silencio a mi boca,
extraes
vocablos.
Es
tarde. De este vínculo doloroso,
tuyo
y mío, no me quedan más
que
letras chamuscadas.
Desvestida
estoy en tu visita.
La
noche, entre palabras,
arde en carne viva.
Hoy
saqué mi alma al sol.
Un
nido de palabras que vuelan,
suplican
en silencio.
Es
el día de los cóndores
aquí
en esta cima fría, helada.
VOLEMOS JUNTAS
Ahora
que se acaban los caminos,
que
me atrapan círculos…
Ahora
que las puertas se cierran,
sólo
queda el silencio.
Ahora
que la noche convierte los segundos
en
interminables horas…
Ahora
que la fotografía del muerto
me
clava su mirada, me transfiere sus pesares…
Ahora
que ya no quedan ni días,
ni
años, sólo un par de segundos...
Ahora
tú y yo hablaremos,
sin máscaras, sin frases hirientes, sin
parábolas…
Háblame,
pues, háblame, se acaba el tiempo.
Quiero
saber por qué taladraste mis ojos
colocando
dos esferas vacías.
¿De dónde
salió el hacha
que
colocaste aquella tarde en mi mano
para
que de un solo tajo y salpicada en sangre
a la
muerte me encadenara?
La
laguna de sapos y culebras que creaste
para
que rodearan mi cama,
¿de
dónde la sacaste?
Porque
tú y yo sabemos
que no fue de un cuento de hadas.
Cuéntame,
¿cuál
fue el demonio que tomó tu figura,
se
metió en mis sueños, desfiguró mis recuerdos,
y
dejó en su lugar una cicatriz
que
con los años se agiganta?
Háblame,
pues, háblame.
¿Qué
voy a decir si sobrevivo a esta noche
y
sigo sin respuestas?
Explícame,
aunque sea para sufrirte más,
explícame
¿por qué hoy,
después
de tantos años, aún me dejas sin habla?
¿Por
qué mi fortaleza se diluye,
me
conviertes en una niña indefensa
cada
vez que traspaso los linderos de la infancia?
No
te quedes tan callada, recoge ese viento que silba,
esos
fantasmas que me hostigan,
estas
culpas que me clavan,
esta
sensación de quererte
aunque
sólo me siembres desesperanza.
Te
ofrezco mi vida entera,
pero
por favor libérame esta noche,
suéltame
las alas, déjame elevarme…
¡volemos
juntas!
LA CASA DE MI INFANCIA
Qué
voy a decir
si
mañana cuando parta me desgarras el alma.
Qué
voy a decir
si
cuando vuelva otra vez me tienes asfixiada...
Háblame,
pues, háblame, no te quedes callada,
que
por más que te aborrezca
siempre
vas conmigo a donde quiera que vaya.
Si
parto mil veces, mil veces me verás entrar,
pensativa
y callada…,
porque
tú y yo somos una,
somos
recuerdos, estamos atadas.
Por
más que mil años pasen
siempre
seré tu niña extraña
y tú,
inexorablemente,
la
casa de mi infancia...
LAS DOS CASA MÍAS
Mi
padre camina hacia su casa,
mi
madre hace rato duerme en la cama de la suya.
No
es una, son dos las casas mías.
En
las dos crecimos, ¿o quizás nos dividimos?
En
una se tomaba café a las seis de la mañana;
en
la otra trabajo, sacrificio hasta morir
el día,
En
una mi madre cosía,
descosía
para vestir amarguras;
en
la otra mi padre confundiendo animales,
muchachos
en eterna algarabía.
En
una las iguanas corrían libres por los árboles;
en
la otra se atrapaban sueños
para no dejar que a la calle se escaparan.
En
ambas el silencio,
el
sol secando las palabras.
Las
dos casas parieron hijos,
los
vieron crecer, también partir.
Al
final ambas quedaron solas,
esperando
a los que partieron
por
la carretera y nunca regresaron,
a
los que estando allí en el patio se sembraron.
Siguen
siendo dos las casas mías,
después
de tantos años.
Ahora
ellas se sientan por las tardes,
lloran
recuerdos.
Llegada
la noche se cierran puertas,
deambulan
por ella los espantos.
En
una la sombra de mi hermano
sobrehíla
pantalones,
en
la otra la abuela, escapulario en mano,
sazona
un dulce
mientras
canta un lánguido rosario.
EL CAMINO
El
camino sigue ahí después de tantos años,
el
mismo olor a espanto,
los
zamuros esperando,
el
corazón de los hombres envejeciendo
a la velocidad del rayo.
DESDE EL MAR
No
me acompañes a la casa,
mírame
desde el mar
cuando
regrese hecha polvo,
cenizas,
espanto,
descenderé
hacia tus aguas,
son
ellas las que calman mi sed,
reordenan
mis naufragios.
NIÑEZ ENCANTADA
Carretera,
plaza, cruces,
todo
en el aire sostenido.
En
este pueblo los pájaros no cantan,
se
detuvo el tiempo.
La
niñez vuelve a ser una encantada,
una
bruja que ríe
y clava
sus dientes
hasta
el fondo del recuerdo.
EL RAYO
QUE LLEGA
El
rayo brota del lago,
dicen
que es el dios Sol
que
emerge del fondo para celebrar atardeceres.
El
rayo se cuela por un hueco del cielo,
hasta
aquí llega alumbrando.
Parece
una luciérnaga,
una luz de bengala, un gallo que canta
para
alegrar la soledad de la sabana.
POESÍA QUE TODO LO PUEDES
De
cara a la cerca
contemplo
el patio que fue mío.
Llorando
tiempos idos están los árboles.
Gotas
de recuerdos humedecen
la
tierra en la que me planto.
Vienen
a la memoria los atardeceres.
¡Oh,
amable, terrible diosa,
gran
señora de la palabra!,
a
quien han dado en llamar poesía,
tú
que todo lo puedes,
convierte
mi alma en iguana, ¡colócala al sol!
Disécala
en la cerca de esta casa,
que
sus cenizas se hagan promontorios
de
donde surjan los nuevos elementos
que
devuelvan alegría
a
los patios de la infancia.
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SILENCIO DE HERMANO
Y ese silencio
siempre entre nosotros,
hermano mío,
alejándonos…
Cuando intentamos
hablar
tuvimos que inventar
maneras.
Cuando quisimos
llorar, fuimos playa seca.
Brotaron por fin las
palabras,
ya no tenías lengua.
Esa roca que soy, esa
muralla que eras.
¡Qué buena vaina, don
Quijote!
Te fuiste así, sin
estridencias,
sin derribar molinos,
sereno como eras,
como camino de sabana
por aquellos días de invierno.
NO PARECE DICIEMBRE
¡No
parece diciembre, está triste la mañana!
Una
araña teje puentes de muerte.
El
tiempo se detiene. Grafía deforme.
Las
gaviotas emprenden el vuelo.
¡No
parece el diciembre de la infancia!
El
ritual es el mismo: pesebre con niño Jesús,
casa
recién pintada, lucecitas,
fuegos
artificiales que pintan de colores al pueblo.
¡Hermano
mío, diciembre con su alegría
quizás
no fue el mejor mes para tu muerte!
EL REGRESO
Se levantó de la tumba el difunto
un día después del entierro.
Se sacudió un poco el polvo,
fue a desandar al
pueblo.
Para suavizar el dolor que le producía el silencio,
llegó a una esquina, allí se sentó.
La vida paso frente a él, también los recuerdos:
Pedazos, destellos, imágenes…
Todo fue fugaz.
Una campanada estremeció sus huesos.
Echó nuevamente a vagar.
El hermano muerto abrió la reja.
-He vuelto a casa –dijo.
Enmudeció de sorpresa, quiso llorar,
vacíos sus ojos, también su cuerpo.
Comprendió su realidad.
¡Dijo adiós!
Volvió a la tumba,
quitó las mortajas a sus huesos,
colgó una carcajada en la cruz.
Una plegaria el difunto elevó por su alma.
Se hundió en la tierra,
decidió vivir feliz su libertad.
AHORA SOY LIBRE, MADRE
Levántate de mi tumba, madre,
detén tu sollozo que vas a secarte,
la
humanidad reclama aguas mansas
como
las tuyas para que florezca la tierra,
para
plantar nuevos patios.
Envuelve
la rabia
que
hoy te arropa por mi muerte,
lánzala
al río.
¡Tenías
razón, madre, tenías razón!
Aquí
todo es calma,
no
tienes por qué seguir mortificándote,
no
tienes ya que velar por mí,
duerme
tranquila.
Aquí
no se estudia para llenar las paredes de diplomas,
ni
se trabaja hasta el cansancio por dinero
para
comprar cosas que nunca se utilizan;
no
hay bancos, ni ofertas engañosas, ni
tarjetas de crédito,
por
lo tanto, madre,
¡liberado
estoy del fantasma de las deudas!
Tampoco
he visto chicas
condenadas
al banalismo de sonreírle a un viejo verde,
mirando
boquiabiertas el carro último modelo.
¡No
hay televisión, madre, que embrutezca el espíritu!
De
allí que mi tiempo en este mundo
quiero
dedicarlo a la contemplación.
No
lo creerás, madre,
con
tanto sosiego he vuelto a ser valiente.
Ya
no dejo mis ojos olvidados para no mirar a la gente,
ni
me pinto de transparencia la piel.
No temo a los doctores, madre, no les temo;
ya
no cortarán mi lengua, ni mis brazos,
ni
mis piernas, ni mi estómago.
No
mutilarán mis sueños con un diagnóstico brutal.
¡Por fin estoy fuera de su alcancé!
En
cuanto a tu dios, madre,
no
tengo nada que decirte, todavía no lo he visto.
Creo
que está muy ocupado
tratando
de encontrar fórmulas para rehacer al hombre,
para
controlar su ambición de poder,
de
doblegar a los más desposeídos,
de
propiciar guerras sólo por el placer
de
ver morir a sus semejantes.
Ya
no piensa en el barro como materia prima,
pues
comprobó que con el sol
el
corazón del hombre se endurece,
se
quiebra para el amor.
¡Levántate
de mi tumba, madre, no llores más, levántate!
Que
la muerte no es sino una parada para seguir el viaje.
Te
envió mi último abrazo envuelto en la brisa de la tarde,
que -aunque
sembrado- bajo tus pies estoy
¡Soy
libre, madre, soy libre!
NO ME HE IDO
No
me he ido y ya regreso,
convertido
en cuero seco el corazón.
EL POZO ENCANTADO
Platanal
el patio de la casa era;
un
pozo encantado estaba al fondo,
en
tiempos de sequía consuelo de sedientos,
monstruosos
sapos gigantes lo habitaban:
cachos
negros, enormes bocas, sobresalientes verrugas.
Solo
nosotros sabíamos de tan terrible e implacable condición.
-¡No
se acerquen al pozo! -decían los mayores.
-¡No
se acerquen al pozo! -repetían los niños.
-¡Se
traga a los angelitos! -decían los adultos.
-¡Allá
abajo se siembran los muertos! -repetíamos los niños.
Llego
el día en que yo escudriñaría su vientre.
El
sol inclemente no paró. La sed invadió la casa.
Necesario
era bajar...
-¡Busquen
el mecate! –gritó mi padre-,
¡venga,
mija¡ Esta vez le toca a usted.
El
mecate en la cintura atenazaba la carne.
-¡Dios,
que los muertos estén dormidos todavía!
El
miedo se convirtió en un hoyo negro, profundo.
No
hubo tiempo de nada,
un
sapo gigante abrió la boca y me tragó.
Nunca
supe qué pasó después.
Desde
ese día el pozo encantado de mi infancia
deambula
conmigo,
sus
muertos, mis muertos
en
las noches de insomnio
sapos
gigantes se abalanzan sobre mí,
abren
la boca, me devoran una y otra vez.
ÉL Y SU CAMISA DE CUADROS
Con su
camisa de cuadros
aquel
hombre recorría el mundo…
Llegaba
siempre apurado,
se
abría paso entre la multitud
para
oír, sentir de cerca las palabras.
Su
camisa de cuadros dibujaba sus fronteras,
conocía
sus secretos
y de
vez en cuando, entre sudores,
bebía
de la fuente de su savia.
Una
tarde el tiempo se detuvo
él no
pudo regresar a casa a buscar la camisa
como se
lo había prometido;
ella,
furiosa, planeó la venganza.
Cual
verdugo acorralado salió en busca
del
farsante incumplidor.
Era la
noche que él tanto había esperado,
caminaría
entre la gente que acudiría a oírlo.
Sólo
estaba el silencio, la mesa en el centro,
las
sillas vacías.
Comprendió
enseguida
que era
la venganza de su camisa de cuadros.
Pero no
se amilanó…
“Le
daré una lección” se dijo erguido,
con
paso firme se colocó en el centro de la noche,
en un
acto chamánico cerró los ojos,
lanzó
su palabrería al viento.
Empezó
a resoplar,
la
noche entre palabras no se resistió
al
hechizo de aquel brujo.
Los
fantasmas fueron llegando,
tomaron
asiento y hasta Eusebio,
recién
llegado al cementerio esa tarde,
saltó
de la tumba,
tomó el
traje que colgaba de la cruz,
cargó
con todos sus muertos, entró despavorido,
tiró la
puerta y se sentó junto a los demás.
A oír
el recital del poeta
el
demonio se desintegró.
La
noche vistió dorado
para
abrazar al morador eterno del cielo.
Todo
estaba consumado.
Había
logrado vencer la furia de su camisa de cuadros.
De
regreso un niño flotaba en arrullos,
rosas
blancas cubrían su cuerpo.
Cuando
el tiempo siguió su curso
regresó
a casa,
allí
estaba ella, reposando serena en el ropero.
Al
verla de frente, se detuvo:
-¡Oh,
dios, qué celosa eres! -le dijo
-Dijiste
que vendrías a buscarme -contestó ella de reojo.
Extenuado,
se quedó dormido… Sigilosa salió ella.
Al
verlo temblando de frío prendió inciensos,
cubrió
su cuerpo y durmió junto a él.
Al amanecer salieron otra vez a recorrer el
mundo,
volvieron
a ser uno:
Él y su
camisa de cuadros.
CARRETERA
La
carretera Panamericana parte el pueblo en dos.
Es
larga, interminable como la miseria.
Tormentosa,
Inquisidora.
Hoy
me doy cuenta de que es una serpiente
en
capacidad de devorar vidas humanas.
Una
vez al año la diferencia de clases es olvidada.
Las
fisgonas adornan sus pechos con encajes,
con
mantos finos las señoras.
Al
mismo ritmo del tambor
muchachas
y maduras bailan por la carretera.
Tienen
la virtud las fiestas patronales
de
anestesiarle la memoria a todos.
Chimó,
vallenato, rosario para sanar las culpas.
¡Brilla
el machete en la lujuria!
Salpicada
de sangre queda la Panamericana.
DÍAS DE CALOR
La
resolana del mediodía quema los huesos.
Son calderos
del infierno los días de agosto.
Los
caños se consumen ante el infernal calor.
Se
desintegran las piedras, polvo en el polvo.
Los
hombres son pieles chamuscadas,
huesos
calcinados. Polvo más polvo,
elemento
material para abonar la sabana.
Siento
que mis huesos
se
calcinan en un cuerpo que no es el mío.
Palabras,
voces, me atropellan;
incontinencia
verbal que no me pertenece.
¿Quién
me robó la piel? ¿Quién por mis ojos ve?
¿Quién
atiza la candela?
¿Quién
me extravía el camino, apaga mis luces,
me
excluye de la vida normal?
¿Quién
languidece mi alma
y convierte
mi interior en un día de difuntos?
EL RETORNO
Cansada
de amontonar recuerdos
comienzo
el retorno.
Hay
una casa que me espera,
un hijo,
una familia.
Me recojo,
guardo el pabilo.
El
cometa no vuela más,
es
la hora del reposo,
del
caminar en silencio,
de
triturar mis huesos,
lanzarlas
al viento mis cenizas,
como
prueba de haberme
quemado
por mis culpas.
BÚSQUEDA
INÚTIL
Por más que busco en baúles,
lo que busco, lo que quiero,
no logro encontrarlo.
Apenas pedazos, fragmentos.
Triste desarraigo el mío.
Sólo polvo a lo largo del camino
FANTASMAS DE LA CASA
Ladran
los perros
en
las noches oscuras de la casa.
Se asoma a la ventana vigilante un ojo.
Nuevos
fantasmas la invaden,
traen
cenizas de huesos ancestrales.
Suena
el teléfono, en segundos muere un tiempo.
No
estará más la casa entre nosotros.
Se
cansó de ser habitada por sombras.
Delimitó
linderos para otros.
La
casa se evapora, vuela hacia el sol.
La
casa baila canciones de amor
para
que ellos la descubran.
Secretos
enterrados afloran.
En
el patio las iguanas cambian de color
para
los recién llegados;
el
conejo de pintas negras salta hasta el cielo
y una
estrella trae de vuelta.
Los
fantasmas se desnudan, la casa es una orgía.
Los
extraños hacen fiesta, al convite no nos han llamado.
La
casa se transforma, cambia el luto de un siglo,
se
pinta de amarillo para los niños,
de
azul para las muchachas, de naranja para los abuelos,
de
verde para la esperanza.
Ya
no estará más la casa para nosotros,
se
cansó de ser muda, abrió sus puertas al bullicio.
La
casa se baña de lluvia, se deshace.
No
queda jaula, ni conejo alguno, ni enredadera,
ni
perro, ni gato, nada queda, todo se ha ido
¿Cómo
se hace para reconstruir pasados?
Para
dibujar arco iris en los techos grises,
para
sacar de los árboles las raíces
y sembrarlas
en otros patios…
¿Cómo
se hace si nada queda?
Se
ha ido para siempre la casa de las sombras.
LA MUERTE QUE QUISIERA
Quisiera
que mi muerte fuese mansa
como
la mirada de un niño,
como
un atardecer en el mar.
Quisiera
que la muerte, al venir por mí,
adornara
sus cabellos con trinitarias,
jazmines,
nardos y violetas,
para
percibirla con olor a plaza de pueblo,
a
patio de casa,
a la
cotidianidad de los mortales.
Una
noche los ojos de la muerte
se
reflejaron en los míos,
vestía
de negro,
en
cada mano llevaba un puñal
y en
el corazón de la noche
ocho
heridas clavó.
Solo
de imaginarla cerca
desde
entonces me produce un vacío,
siento
alivio cuando invento colores para ella;
muerte
azul, muerte roja,
naranja
muerte, verde muerte,
multicolor
muerte…
Caprichosa,
toda una dama es.
Con
lágrimas de sangre me devuelve
los
colores que le sueño.
¡Las viudas visten de
negro! - me grita cuando me habla-
¡También los
huérfanos!
¿Acaso no has visto las
guerras?
¡No son azules, ni
verdes, ni amarillas!
¿Cómo voy aceptar tus
matices?
No piensan en colores
los señores que decretan
y ejecutan muerte,
los que matan mujeres,
ancianos y niños en nombre de la paz;
ellos instalan linderos
negros en mi frente.
¿Cómo quieres que me
vista de arco iris para ti?...
Pienso
entonces,
que
si pudiera elegir el día de mi muerte
escogería
un domingo.
No
es cuestión de capricho, no,
por
el contrario, es cuestión de cobardía;
otro
día de la semana no podría vencer a plenitud
el
miedo de saberla cerca.
No
tendría el coraje de decirle:
¡Hoy
me siento valiente, ven a buscarme!
Los
domingos son serenos
como
ríos de pueblo, como gotas de lluvia...
Por
eso prefiero que ella venga un domingo,
para cerrar los ojos y pensar que no es la muerte;
por
el contrario, pensaré que a tu lado duermo,
que
la muerte es una algarabía de pájaros,
semejante
a esa que todos los domingos
se cuela a través de
las ventanas.
ESTA CIUDAD TIENE UNA CRUZ
No
es casual que esta ciudad
tenga
en su vientre una cruz.
A
veces me pregunto: ¿de dónde vienes, cruz bendita?
¿Será
que huyes del fuego?,
¿del
encantamiento? ¿de los hechiceros?
¿O de aquellos que te empuñaron
como
mortífero cañón para matar en tu nombre?
Y me
digo: ¡No es casual
que
esta ciudad tenga en su pecho una cruz!
Es
para sanar las heridas
de quienes
desembarcan en su puerto.
Algunos
sólo contemplan el mar y siguen su rumbo;
otros,
como pelícanos, anidan, se multiplican.
Otros
vienen espantados, huyendo de su propia historia.
Ante
ti me inclino, cruz bendita,
por la
calles de tu ciudad quiero caminar mi vejez.
Desnudo
mi cuerpo, lo ofrendo a tus mares
para
la conversión,
que
el salitre se encargue de corroer
las
tantas sombras que me habitan.
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